Traer al presente cada 24 de marzo los horrores de los centros clandestinos, las desapariciones, los vuelos de la muerte, la apropiación de los hijos de las víctimas, todo lo que significó el terrorismo de estado en nuestro país, resulta casi insoportable. Lo que ocurrió, ocurrió, pero ¿qué se hace con esa carga? Los argentinos entendimos que los estratos de lo que nos pasó reposan unos con otros y siempre será imposible desprendernos de lo que ha sido más doloroso. Y que lo mejor no es reprimirlo, sino hacerlo presente y vívido.

“El silencio no es salud, el silencio enferma, no hay que guardar secretos, eso termina siendo contraproducente, hay que sacar las mordazas”, dijo en el 2018 en Viedma María Laura Delgadillo, perteneciente al colectivo “Historias Desobedientes-Hijas, Hijos y Familiares de Genocidas”, acompañada por  Gabriela Sosti, fiscal federal en los juicios de lesa humanidad, en el marco del ciclo “Mujeres y Dictadura” .

La política de memoria, verdad y justicia, tuvo idas y venidas desde la recuperación democrática, pero sobre todo un gran impulso en los gobiernos de Néstor y Cristina,  especialmente con la derogación de las leyes de punto final y obediencia debida, que permitieron retomar los juicios de lesa humanidad, en el marco de un camino absolutamente necesario, como venimos diciendo, para revertir las secuelas de la dictadura, ya que sólo con justicia la carga del pasado no será “insoportable” y la democracia podrá desarrollarse sobre bases sólidas. En los 4 años de la administración de Cambiemos/Juntos por el Cambio tuvimos que “volver a decir las cosas” porque nos encontramos frente a un gobierno negacionista que, no fue casual, al repetir un modelo económico similar a aquel que aplicó la dictadura cívico-militar, quiso volver a instalar el marco simbólico por el cual los sectores dominantes y sus asesinos se autojustificaban y a la vez trataban de imponerlo a la sociedad para que lo internalizara y así  ser pasivos y domesticados. Sí, fue un gobierno de la ignominia que intentó reinstalar la teoría de los dos demonios,  negar los 30.000, decir que los organismos de derechos humanos y los familiares de las víctimas del terror hicieron ‘negocios’, que soltó otra vez el bozal de las fuerzas de seguridad para reprimir y matar.

Gabriela Sosti, en aquel marco de retroceso y reacción del 2018, señaló que  “para bien o mal, nuestro pueblo cada tanto tiene que volver a parir, tenemos que volver a parir la patria, porque los crápulas de siempre, tomando formas y mutando, como mutan los monstruos, nos imponen sus garras para ahogarnos”.

La verdad debe siempre imponerse, necesita de nuestra praxis para imponerse, no puede ser que aquello que a veces nos resulta insoportable recordar, hacerlo vívido, no salga a la luz y nos enferme, personal y colectivamente.

Hace ya muchos años escribí en un poema: “un poeta vejado y torturado/no puede impedir/que sus palabras sean a la vez/vejadas y torturadas/el poeta puede no resistir/caer asesinado,/pero los verdugos/siempre terminarán delatados/por esa palabras/que sufrieron filos y picanas”. Por la praxis de las madres y abuelas, de los organismos de derechos humanos, por un proceso que se fue haciendo cada vez más colectivo y que se encarnó en la política de memoria, verdad y justicia, por suerte gran parte de los verdugos han sido delatados y llevados a juicio.

Y ese proceso debe continuar.

No sólo esto constituye la única reparación, sino que, como dijo Sosti “hablar del pasado es hablar del presente, hablar de lo que pasó en la dictadura es fundamental, y es fundamental nombrar las cosas como fueron, retramar esas verdades y nombrar la hecatombe que fueron capaces  de perpetrar como lo que fue: un genocidio”.

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