¡Qué desborde de colores, de aromas, de sabores inminentes, de formas gráciles al tacto y hasta de sonidos tan particulares que tiene una verdulería y frutería!

Todo deslumbra de frescura desbordando las formas rectangulares de las jaulas. Verbosidades de la acelga con sus tallos blanquecinos. Las variedades de la lechuga que nos cuenta de huertas y almácigos, su parienta la escarola y la silvestre amargura de la achicoria que hace bien para la circulación de la sangre.

Y los tallos del apio, hojarasca y raigambre junto a la estilizada silueta de los ajos puerros y el haz prieto donde los espárragos se asemejan a húsares bizarros y escogidos.

¡Cómo no extasiarse ante la redondez bicolor de los rabanitos tentadores y ni que hablar de las ristras de ajos colgadas estratégicamente  para exorcizar males y estrecheces!

Las cusas elípticas, los morrones ora verdes, amarillos o rojos, la gema esmeralda oscura de los zapallitos de tronco, ¡Qué fiesta para la coquinaria cuando se hacen rellenos, o rebozados o fritos!!

El brócoli con su escudo nobiliario, la chaucha curva y tradicional en bandejitas preparadas, las habas grandes señoras; los abuelos choclos con sus barbas rubias y vestidos  con smoking verde.

El hojaldre circular del repollo, col necesaria para envolver niños, las alcachofas raras y cabezudas que cuando silvestres se llaman alcauciles; anaranjadas y fálicas un kilo de zanahorias vale una hora de espera y yo las coloco en la balanza que siempre debe marcar el peso justo. Y del berro ¿Qué me cuentan?

¡Linda frutas la berenjena!! Solía decir un vecino Valchetero.

Innumerables las cabecitas de las cebollas para llorar a destajo y sin duelo. (Las hay rosadas, blancas y de color carmesí). Y que humildes las papas terrosas y nobles, amigas del hombre para combatir el hambre. ¡Quiero papines!!! Y de la batata ¿Qué me dicen cuando alguien se trabuca?

Yo me emperejilo de pies a cabeza y meto la nariz entre los manojos del cilantro. ¡Qué aroma el del hinojo! ¡Qué nombre el de la coliflor!! ¿Qué color el de las paltas señoriales parecidas a pomos bermejos, pero adentro ¡Qué verdes!!

Porque no soy ningún nabo hablo con los zapallos de todas las variedades: el anco, el criollo ¿Qué se yo!

Me estremezco: veo a los ajíes de la mala palabra rojos y pequeños para inflamar el paladar con su calor de brasas encendidas. Allá los canutos esbeltos  de las cebollitas de verdeo y más acá las manchas rojas de sangre –asesino- me dice la remolacha. Y los verdes pepinos ¡Qué invitación para las manos! Si hasta me pongo colorado como un tomate (puede ser un cherry) mientras a mi lado las endibias me dejan verde de envidia. Me llevo, de yapa, un manojo de siboullette.

Me lleno las manos kinotos. Calo la sandía. Sopeso los melones. Me pincho con la cáscara fósil del exótico ananá. Me encaramo al banano para bajar un cacho amarillo y dulce como la miel. El sabroso coco todo barbudo por afuera me espera recóndito de dulzura. Las ciruelas, las cerezas, las guindas que no se deben romper, las frambuesas, las almendras, las nueces para cascar. Pruebo unas y pruebo otras, pruebo todas…

El aroma denso de las manzanas las hace deliciosas como su apelativo lo indica, arenosas o verdes, ¡Qué edén recobrado, fruta prohibida!!

Elijo un damasco que algunos llaman albaricoque, lo miro, lo masco. ¡Qué de ambrosía del dulcísimo sabor! Los duraznos con su piel ingrata. Quiero probar otra vez los japoneses que comía goloso y a hurtadillas en los años de infancia, o sino los rojos pelones repetidos y circulares como pequeños bochines.

Quiero una chica buena mandarina, busco mi media naranja. ¡Qué susto: la bergamota!

Me quemo las manos con los soles del pomelo y desecho la acidez de los limones amarillos y orondos. En cambio me compro un kilo de kiwis  porque aportan mucha vitamina C.

Las peras ¡Qué formas más íntimas y qué jugosas! Y más allá los racimos plenos, la uvada completa, parral caído, madre del vino.

¡Que venga un pintor para componer su naturaleza muerta!

Compro, compro, Abandono el local mientras pelo una naranja sin pepitas para dármela como decía Cervantes “monda y desnuda”.

Me voy. Adiós bondades y dulzuras, beldades de la buena mesa. Adiós otra vez, hasta pronto, hasta mañana, hasta cuando tenga ganas.

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