Estos tiempos dinámicos y vertiginosos de la modernidad trae estas cosas: alienación, empequeñecimiento de la persona (Perón lo llamaba “la insectificación del individuo”,  progreso desmedido de la ciencia no acompañado del crecimiento de los valores humanísticos, desacralización del prójimo, banalización de los temas profundos, aislamiento, soledad aún estando en compañía, vacío espiritual, y una nada existencial que no tiene respuestas.

Estos problemas del hombre actual fueron magistralmente vistos hace muchos años por nuestro Escritor Ernesto Sábato en su libro “Hombres y engranajes” y Carlos Chaplín en “Tiempos modernos”.

Es que el ser humano sin una gran causa por la cual luchar y vivir, sin una coordenada que de valor a su vida, es solo un autómata que se repite a sí mismo como el triste farolero que se encontró en un planeta el Principito.

Es que esos grandes interrogantes que los griegos se planteaban en las gradas de sus teatros, aún el adelanto de la ciencia y la tecnología no ha sabido dar respuestas a los mismos: ¿Quiénes somos? ¿Para qué vivimos? ¿Qué sentido tiene? Y otros similares.

Por eso en el siglo pasado los grandes existencialistas plantearon estos temas negando toda salida a la incógnita del ser humano: Kafka, Soren Kierkegaard, André Malraux, Rimbaud, Sartre, Emile Ciorán, Milán Kundera, y entre los nuestros Ezequiel Martínez Estrada, Eduardo Mallea, Abel Pose y tantos otros que llevaron en sí mismos los dolores de estos tiempos.

¿Acaso el ser humano de estos tiempos es como el bíblico Leviatán, eso monstruo invulnerable  por dentro lleno de homúnculos. O sea por proyectos abortivos de seres humanos.

Todo atonta: el estruendo de las grandes ciudades, las redes sociales, los diarios, los programas radiales y televisivos. Mientras los hombres consientes se desesperan y sufren, porque ni nuestro país y el mundo pueden ser así: desiguales, injustos, sufribles.

Somos como unos pobres hombrecitos que nos dibujamos a nosotros mismos:

“Un hombre / dibuja a otro / y ese otro / a otro.  Y así sucesivamente / se van dibujando / iguales, idénticos en su labor.  Salen hombres / dibujados / como muebles / de forja. Tenaces, impertérritos / iguales / a sí mismos / como hongos / se continúan / en forma incesante.  Tal vez / presagian / el infinito / el numeral / que va más allá / del uno.  El último / si hay un último / ¿tendrá conocimiento / del primero / del Adán primordial?  Dios / que es uno y es todos / diverso e inmensurable / al decir de Borges / habrá de saber.  Nosotros / como Pablo / apóstol / de Jesucristo / solo vemos / a través de un espejo. / Pobres hombrecitos Y que nos dibujamos / incesantes. Pero la realidad / y otra vez Borges / es otra / y más difusa”.

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