Jueves, 06 de noviembre
TITULARES

“La poesía como vehículo de la impresión de las cosas y la narrativa para descarrilar la imaginación”/Por Claudio García

Ser un gran lector es lo que me lleva a la vocación por la palabra, a la literatura.

En el marco del Festival Literario y Artístico Paralelo 40, Claudio García participó junto a otros escritores de una Mesa de Narrativa que se realizó en el campus de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) donde se refirió a temas de vinculados a este género literario y leyó dos de sus cuentos, “Podría no haber sido cura”, del libro “El guardiacárcel guevarista y otros cuentos” (El Camarote) y “Tren fantasma” de “Método Morello para no separarse” (Vela al viento)

Inicialmente los organizadores enviaron una serie de interrogantes que en parte fueron abordados durante el transcurso de la mesa. Reproducimos algunas reflexiones del autor sobre estas preguntas y los dos relatos leídos.

. ¿Por qué son narradores? Ser un gran lector es lo que me lleva a la vocación por la palabra, a la literatura. Leer libros es el requisito indispensable para ser escritor y la mejor escuela para que luego uno vaya encontrando su voz en lo que escribe, sea poesía o narrativa. Escribo poesía y narrativa, aunque me costó más años llegar a la segunda. Los cuentos me permiten una mayor subjetividad, expresarme sin nada de ataduras. En mi caso entiendo a la poesía como el vehículo para expresar la impresión de las cosas, con la narrativa directamente puedo  descarrilar la imaginación.

. ¿Cómo se narra desde la Patagonia? Hace como 35 años que elegí Río Negro y Viedma para vivir, soy parte de esta región, escribo acá y por lo tanto me siento parte de la literatura patagónica que ya de por sí es mayorcita de edad. Y hermanado y par de otros escritores que aunque con distintos estilos y géneros son parte de esto de escribir desde la Patagonia: Graciela Cros, Nito Fritz, Ramón Minieri, Liliana Campazzo, Jorge Spíndola, Liliana Ancalao, Ricardo Costa, Verónica Merli, anclados más en la poesía, y entre los narradores Raúl Artola, que también es poeta, Pablo Tolosa, Mónica de Torres Curth, Laura Calvo, Diego Reis, Silvia Sánchez… Sólo para nombrar algunos, ya que la lista es muy larga. Generalmente se define a la literatura patagónica desde una mirada sesgada que no comparto, una mirada casi metafísica por la cual un paisaje sin ciudades, sin urbes, tanto el de meseta como el de cordillera, condiciona o se impone sobre la individualidad del escritor. Una literatura que como escribió Luciana Mellado en un ensayo tiene “marcas explícitas y ostensibles de un ambiente regional”, lo que ella denominaba “semiósfera regional”. Una narrativa  y  una poesía donde se puede identificar claramente que la trama se desarrolla en la Patagonia. Vivian Polli también escribió que por eso en gran parte de la producción literaria de la región está muy presente el viento. Sin embargo, la mayoría de la población patagónica se concentra en ciudades, algunas muy grandes, de más de  100 mil habitantes, entonces el paisaje y las preocupaciones pueden ser tranquilamente urbanas. La obra de un escritor de esas grandes ciudades puede estar caracterizada por contenidos  muy alejados del estereotipo de escritor patagónico que se suele difundir. Y así y todo ese escritor será igualmente patagónico. Y se puede vivir, qué se yo, en Mamuel Choique, y escribir ciencia ficción. Creo, como me dijo una vez mi amiga Liliana Campazzo, que hay en la región una “polifonía” de escritores con distintas obras,  la concurrencia de varias voces, de distintos personajes, situaciones o descripciones, donde la escena puede ser o no, geográficamente hablando, la Patagonia en que vivimos. Mi última obra editada, una novela corta que se llama Mensajero, tiene un sesgo autobiográfico de cuando trabajaba, todavía menor, en el Correo Argentino en Liniers, Capital Federal, y la escribí acá en Viedma, donde vivo hace 35 años y, mala o buena, es parte de la obra literaria de los escritores de la región. Como dijo alguna vez  Cristian Aliaga sobre la ambigüedad y la pluralidad de las culturas se construye la literatura patagónica, con lo cual rechazo fijarla a una identidad sesgada.

. ¿Qué piensa de la escritura como acto político? Primero habría que clarificar qué definimos cuando hablamos de literatura y política. ¿Estamos hablando de política  por una literatura instrumento del accionar concreto de un partido, de una ideología, de ideas, de una doctrina? Hubo mucha literatura de este tipo, de compromiso con lo social, de compromiso en su momento, a influjo de la revolución cubana, con el socialismo, con la revolución. Muchos de los propios escritores que encasillaron en esto de la literatura de compromiso, pienso por ejemplo en Cortázar y en Gelman, rechazaron esta especie de corset, que a nivel personal era esencial comprometerse en la praxis con la realidad y las demandas de los pueblos, pero en el campo de la literatura ‘el compromiso’ no aseguraba buenos libros, y por el contrario, los hubo muy malos.  Me gusta más el término de política ligado a la literatura en cuanto disputa por lo sensible, esa disputa concreta, cuerpo a cuerpo, por el reparto de lo sensible a través de la palabra.

Una vez Cortázar dijo algo sobre esto en unas clases que dio en Berkeley:

“Nada podemos hacer directamente contra lo que nos separa de millones de lectores potenciales: no somos alfabetizadores ni asistentes sociales, no tenemos tierras para distribuir a los desposeídos ni medicinas para curar a los enfermos; pero en cambio nos está dado atacar de otra manera esa coalición de los intereses foráneos y sus homólogos internos que genera y perpetúa el statu quo, o mejor aún el stand by latinoamericano. Lo digo una vez más para terminar: no estoy hablando tan sólo del combate que todo intelectual puede librar en el terreno político, sino que hablo también y sobre todo de literatura, hablo de la conciencia del que escribe y del que lee, hablo de ese enlace a veces indefinible pero siempre inequívoco que se da entre una literatura que no escamotea la realidad de su contorno y aquellos que se reconocen en ella como lectores a la vez que son llevados por ella más allá de sí mismos en el plano de la conciencia, de la visión histórica, de la política y de la estética. Sólo cuando escritor es capaz de operar ese enlace, que es su verdadero compromiso y yo diría su razón de ser en nuestros días, solamente entonces su trabajo puramente intelectual tendrá también sentido (...)”

No escamotear la realidad, pero lo fundamental es ese enlace, que en  esa disputa de lo sensible, el lector se identifique o se reconozca o se conmueve o piense… Lograr esto ya es revulsivo para el status quo. Hace poco en otra mesa donde también hablamos de temas relacionados con la escritura y la lectura, organizada por la editorial de la UNRN, señalaba que leer libros es un acto de resistencia. Diría que leer y escribir constituyen actos de resistencia en un mundo donde, como diría Saramago, lo único que hay es el poder económico y todo lo demás es fachada. En ese mundo el poder económico para explotar, para extremar el lucro, necesita de la enajenación, necesita que no se piense, que haya rituales y ruido, pero no pensamiento y praxis. Leer y escribir, más allá de contenidos explícitamente políticos o no, constituyen actos de resistencia contra los rasgos de un presente donde prima la fugacidad, lo efímero, lo superficial, donde “nada es importante, nada es decisivo, nada es definitivo”, donde “la vida se muestra como una producción y destrucción aceleradas” como escribió el filósofo coreano Byung-Chul Han.

PODÍA NO HABER SIDO CURA

Después de mucho tiempo de ahorrar limosnas, el cura pudo comprar por fin una cruz con la imagen de Cristo. Puso un gran clavo en la pared y cuando trató de sujetar la cruz,  todo se le vino abajo. El clavo no aguantó el peso. Buscó entonces un clavo más grande, pero, al sujetar la cruz, nuevamente se le vino abajo. Puso dos ganchos sobre los maderos y los respectivos clavos en la pared, pensando que distribuyendo así el peso la cruz quedaría firme. Pero la esperanza sólo duro unos segundos: una vez más  cayó estrepitosamente al piso. Se hizo entonces de un taladro y unos tornillos. Pensó que así terminaría finalmente con su trabajo. Agradecía que a pesar de las dificultades que se le presentaron, había comprado una cruz lo suficientemente sólida como para que no se le dañara las veces en que cayó al piso. Esta vez no fallaría. Colocó los tornillos en la pared, y al momento de sujetar la cruz, trepado a una pequeña escalera, perdió el equilibrio y cayó hacia atrás, con cruz y todo.

Se le ocurrió un pensamiento blasfemo: “Si yo hubiera sido el romano al que encargaron crucificar a Cristo, hoy no sería cura”.

TREN FANTASMA

 

Por alguna razón que ignoro, en las noches se escucha el pitido del tren pasando por el pueblo. Lo raro es que hace 10 años que las vías están abandonadas.

Mi pueblo, como tantos otros, quedó sin ferrocarril por decisión de unos burócratas estúpidos del gobierno que esgrimieron como excusa el déficit financiero del servicio.

A los pocos días de haberse cerrado el ramal que nos comunicaba con algunas grandes ciudades, se escuchó claramente el sonido del tren. Todo el pueblo salió a ver, esperanzado que quizás se había retrocedido en la medida de la clausura del servicio, y el ferrocarril seguiría funcionando. Pero no. Todos claramente escucharon los pitidos y el ruido de las ruedas sobre los rieles, acercándose, pasando por la estación y alejándose del pueblo. Pero las vías seguían vacías.

Se dieron mil explicaciones, se hicieron miles de especulaciones. El hecho se fue repitiendo sin que nadie encontrara una respuesta razonable. Lo maravilloso se fue convirtiendo en algo rutinario y, al final, después de tantos años, todos nos acostumbramos a escuchar en las noches el paso de un tren en un pueblo sin tren.

Una vez no pude resistir la tentación y al escuchar el sonido del  tren acercándose al pueblo, corrí a la estación y me tiré sobre las vías. Cerré los ojos y escuché nítidamente que un tren se acercaba. Mi cuerpo incluso temió el impacto cuando los sonidos indicaron claramente un tren acercándose. Por unos segundos sentí como que el sonido del tren y una ráfaga fuerte de viento atravesaban mi cuerpo, y fugazmente en mi cabeza se mezclaron imágenes del interior de un tren de pasajeros, pero con  el  maquinista, los pasajeros y  los guardas llorando a moco tendido.

Cuando conté de esta experiencia a otras personas del pueblo, se vieron tentados a hacer lo mismo. Y cada uno de ellos tuvo la misma sensación y las mismas tristes imágenes en su cabeza. 

Una noche resultó que más de cien personas nos encontrábamos en la estación esperando el sonido del tren y deseosos de atravesarnos en la vía para sentir su paso y las difusas imágenes de las caras llorosas que viajaban en él. A alguien se le ocurrió una infantilada. Parado en la vía, se agarró de la espalda de su vecino como haciendo un trencito. Naturalmente todos lo copiamos. Y cuando claramente el sonido entraba en la estación comenzamos a correr en fila por las vías, acompañando al tren fantasmal e imaginario con nuestro trencito humano e infantil.

En un momento todos repetimos la misma sensación del sonido y el viento atravesándonos, pero las imágenes de los pasajeros eran distintas.

Ya no lloraban.

Sonreían.

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