Su majestad el vino/Por Jorge Castañeda
El vino, inspiración de los poetas y de los artistas...
El vino, inspiración de los poetas y de los artistas; sÃmbolo de la sangre del Resucitado; fruto de la vid; rojo tulipán de la primavera; licor celestial; leche de Venus según PÃndaro o la bebida de los dioses para muchos supo alegrar por generaciones el corazón de los hombres.
Ya lo supo decir el Maestro de Galilea que no se “debe volcar el vino nuevo en odres viejosâ€. Y asà es. Ha evolucionado con el correr de la historia y de los tiempos para afincarse en las distintas regiones del mundo y de nuestro paÃs para ser ungido ahora como “nuestra bebida nacionalâ€. ¡Qué privilegio!
Podemos decir como el rey impÃo de Macbeth “¡Dadme vino, llenad la copa hasta sus bordes!â€. O tal vez aceptar prudentes el concejo del Quijote a su gordo escudero Sancho Panza, futuro Gobernador de la Ãnsula, “se templado en el beber, que el vino demasiado, ni guarda secreto ni cumple palabraâ€. O advertir como Baltasar de Alcázar “no eches agua, Inés, al vino para que no se escandalice el vientreâ€. O bien pensar que casi todas las cosas al decir de Maese Gonzalo de Berceo “bien valdrán como creo un vaso de bon vinoâ€. O cantar como el extremeño Menéndez Valdez el himno “amigos bebamos; y en dulce alegrÃa pasemos el dÃa, la copa empinadâ€. Aseverar como el gran VÃctor Hugo que “la uva y el vino son la obra admirable del famoso poeta solâ€. Junto al gran nicaragüense Rubén DarÃo que descansa bajo sus leones de marmolina escribir que “amo tu delicioso alejandrino como el de Hugo, espÃritu de España; éste vale una copa de champaña como aquél vale un vaso de bon vinoâ€. Como el persa en las Rubaiyat glosar “bebe vino porque largo tiempo estarás bajo la tierra sin mujer y sin amigosâ€. O al modo del monje benedictino y ciego Dom Pérignon en la oscuridad de la AbadÃa de Hautvillers, exclamar “estoy bebiendo estrellas†al catar por primera vez el vino espumante, alegre y placentero llamado con justeza champagne. El vino, siempre el vino “porque el vino se parece al hombre como supo decir el atormentado Baudelaire.
“¿Qué no haya vino? ¡Qué estulticia! ¡Qué locura! Si decÃs que no haya vino por causa de los borrachos, debéis decir también por grados: que no haya noche por causa de los ladrones, que no haya luz por causa de los espÃas, y que no haya mujeres por caso de los adúlterosâ€.
“El que bebe se emborracha, el que se emborracha duerme, el que duerme no peca, el que no peca va al cielo. Puesto que al cielo vamos ¡bebamos!â€.
“Buena carne y vino puro dicen las antiguas leyes, agua que toman los bueyes que tienen el cuero duroâ€.
Yo atónito ante tanta sabidurÃa al escribir esta crónica digo: ¡Salud, mester de vinerÃa! Admiro en la redondez plena de la uvada el sabor gozoso que rige al vino y sus misterios, el ornato de las hojas de la vid y los brazos leñosos de los sarmientos. Voy catando al escribir las palabras como aquel protagonista desgraciado de “El tonel de amontilladoâ€, del famoso cuento de Edgar Allan Poe.
Viajo a la prehistoria; lo observo al patriarca Noé con su aladrerÃa ya dispuesta a la embriaguez para dar reposo a su labor; levanto el ritón del griego; beso el cuerno del germano; miro el “vino cuando en la copa rojea†y que después que alguien me ate al mastelero de algún barco como aconsejan los sabios Proverbios de Salomón.
Cántaros, ánforas, cálices, vasos, pipetas, odres, damajuanas, botellas, limetas, pellejos, cubas, toneles, piletas, lagares, bordelesas. Forma y contenido para que nunca se queden en agraz las uvas del vino y sus secretos.
Porque en ninguna parte –decÃa Jorge Edwards- se conversa una botella de vino como entre nosotros. Vino compañero del pan en la mesa familiar, de la convivencia, del amor y de la amistad.
“Entre esa luz, ultrafloral morada/ a la sombra carnal y enamorada/ que lo Ãntimo visita la madera/ terrestre habita el vino y su locura,/ que en los huesos detiene la dulzura/ y el sueño vivo de la primavera†cantó la vena lÃrica de don Jaime Dávalos.
Y vale la pena volver a Khayyám, el persa armador de tiendas, poeta, astrónomo y filósofo porque “de la felicidad sólo el nombre conocemos y nuestro amigo más viejo es el vino nuevo. Acaricia con la vista y con la mano el único bien que no falla: el ánfora plena de sangre de la vidâ€.
A dÃas de ser declarado como bebida nacional quiero dedicar esta humilde crónica miscelánea sobre el vino, a mis amigos los ingenieros enólogos Federico Witkowski y Alcides Llorente que con su talento y profesionalidad contribuyeron al desarrollo y promoción de los vinos patagónicos y me invitaron a su club del “buen beberâ€.

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