Adriana Puiggrós y las condiciones para la no resignación polÃtica/Por Claudio GarcÃa
Allá por el 2014 compré el libro “Rodolfo Puiggrós/Retrato familiar de un intelectual militanteâ€, escrito por su hija Adriana Puiggrós.
Allá por el 2014
compré el libro “Rodolfo Puiggrós/Retrato familiar de un intelectual
militanteâ€, escrito por su hija Adriana Puiggrós. Por mi interés en la
polÃtica, en la historia, en la evolución de los partidos de raigambre popular
y corrientes de izquierda en la Argentina, pensé que el libro serÃa muy
interesante para profundizar algunos aspectos de la vida y la obra de quien
evolucionó del PC a la corriente llamada de izquierda nacional y adscribió en
sus últimos años a Montoneros, integrando la conducción en el exilio hasta su
muerte en noviembre de 1980.
En cierta medida el libro de Adriana Puiggrós no fue lo que esperaba, dado que la mayorÃa de sus capÃtulos tiene un anclaje más en la historia familiar –sus abuelos, su madre-, que en los aspectos intelectuales y militantes de su padre. No obstante hay un capÃtulo –el primero- y el epÃlogo muy interesantes, que son los que en cierta medida me llevaron a reflexionar algunas cosas que voy a volcar en esta nota.
En el primer capÃtulo cuenta con detalle algo que todavÃa muy pocos saben, que el cadáver de Rodolfo Puiggrós fue embalsamado por decisión de la conducción montonera, a espaldas de la familia. ¡Qué contradicción que la expresión de una izquierda que en sus inicios se vio como renovadora y antiburocrática, terminara cayendo en una faceta propia de la peor izquierda, la stalinista! Porque estamos hablando de alguien que se habÃa alejado del PC no sólo porque este partido no entendÃa el fenómeno nacional en los paÃses dependientes del imperialismo, sino porque el stalinismo resultaba para los comunismos satélites axficiante, reflejo del totalitarismo impuesto dentro de las fronteras nacionales de la URSS.
Qué duda cabe que uno de esos aspectos repudiables del stalinismo fue el culto al lÃder e impulsar en este marco rituales propios de un pensamiento retrógado, como fue en su momento embalsamar el cuerpo muerto de Lenin.
Como pensador relevante dentro del panorama polÃtico que va de la década del ’30 al del ’70 Rodolfo Puiggrós terminó en cierta medida en el vértice opuesto del stalinismo caracterÃstico del PC de gran parte del siglo XX. Sin embargo, al morir fue embalsamado, lo que constituÃa un insulto a sus convicciones.
Esto marcaba a la vez el grado de descomposición, en términos polÃticos, al que habÃa llegado la conducción montonera. Se pregunta Adriana Puiggrós en su relato: “¿Qué articulación perversa permitió que el cuerpo de mi padre, crÃtico acérrimo de la burocracia soviética, fuera tratado con técnicas cubanas herederas de las que aplicó el patólogo Alexei Ivanovich Abrikosov al cuerpo de Lenin por orden de Stalin, quien descalificó el pedido que el propio Lenin habÃa hecho en su testamento de ser enterrado en Petrogrado junto a su madre?†Y agrega: “(...) ¿qué siniestros vÃnculos entre la muerte y los rituales de la polÃtica se construyen en nuestro paÃs?â€
Ella ensaya una respuesta muy lúcida: “La lista de célebres argentinos cuyos restos fueron secuestrados, mutilados o embalsamados para su uso polÃtico revela situaciones de insuficiencia o de profundo agotamiento de la capacidad de construcción discursiva de los sujetos polÃticos y sociales. Quienes intentan detener el tiempo de las biografÃas, desviando el destino de los cuerpos, arrancándoles pedazos para acomodar las imágenes a un fin inmediato, muestran graves dificultades para proponer un futuro al cual sólo conciben como reflejo propioâ€.
Sin dudas, una cosa es el homenaje a un lÃder fallecido, como vimos hace no tantos años en nuestro paÃs con Néstor Kirchner, y otra transformar un cuerpo muerto en un objeto maleable y atarlo al deseo de un grupo de vivos sin escrúpulos. Aunque se disfrace de homenaje.
Después de todo, casi todos los partidos hacen un uso polÃtico de sus lÃderes muertos, basta mencionar los casos de Yrigoyen, Perón, AlfonsÃn y Néstor Kirchner. Pero una cosa es mantener la memoria de sus trayectorias, la construcción de un universo mÃtico alrededor de esas figuras como acicate legÃtimo a la construcción polÃtica presente, pero de allà a embalsamar un cuerpo para transformarlo en una especie de ‘dios’ hay un salto inexcusable de la polÃtica a “un siniestro mercado polÃticoâ€, como sugiere la propia Adriana Puiggrós en uno de sus párrafos.
En el epÃlogo del libro Adriana Puiggrós se da una autorreflexión sobre el concepto de “progreso†en la historia del que estuvo imbuido tradicionalmente la izquierda pero particularmente la llamada generación del ’70, la que consideró como inevitable el fin del capitalismo y la llegada del socialismo, a través o al margen del peronismo. Lo que denomina en el libro “la creencia iluminista en el progreso como ley fundamentalâ€.
Reflexiona en este sentido que “las inasibles contingencias pueden interceptar cualquier supuesto devenir históricoâ€. Menciona en este marco que hechos de profunda inhumanidad, como el Holocausto hasta el asesinato de los adolescentes por reclamar el boleto escolar gratuito, hacen que la noción de progreso pierda “su carácter natural y necesario, se colma de conflictos y encuentra su posibilidad redefinida como meta, vinculada al deseo y a la voluntad de integrar trozos del pasado con el presente y el futuroâ€.
Sin dudas el concepto de progreso, tanto la concepción de una historia lineal y armónica del Iluminismo que siempre llega a buen puerto, como la historia como desarrollo de la racionalidad dialéctica -donde la historia avanza con contradicciones, pero avanza-, entró enteramente en crisis en el siglo XX.
Afirmar que inevitablemente la rueda de la historia corre hacia una mejor humanidad aunque “chorree sangre y lodo†(como decÃa Marx respecto al dominio del capital en el mundo) hace tiempo que no puede ser aceptado sin severos cuestionamientos.
Nunca creà en el progreso en la concepción Iluminista del siglo XVIII, “el progreso lineal, fatalista, efectuado según un determinismo absoluto o una finalidad ineluctableâ€, como escribió Juan José Sebreli en “El asedio a la modernidadâ€, pero si en el de Marx que a partir de la dialéctica de Hegel señalaba que el progreso de la historia no era armónico sino contradictorio, cada nuevo avance debe pagarse al precio de una renuncia, pero en fin, se avanzaba. La sÃntesis o superación (aufhebung) de la forma triádica dialéctica –tesis, antÃtesis y sÃntesis o superación-, la conciliación de los contrarios, es conocida como negación de la negación. Llevado a la historia, el progreso no es global, total, como lo planteaba el Iluminismo, sino por etapas, con logros parciales, pero logros al fin. Las barbaries eran históricamente necesarias, progresivas, porque permitÃan un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, como por ejemplo la brutal y genocida colonización de América.
Hay crÃticas muy acertadas a la dialéctica que contiene ese tercer momento de la sÃntesis, base de la concepción de progreso por la cual la historia avanza de totalización en totalización, superándose y llegándose a nuevas sÃntesis.
Una surge de la escuela de Frankfurt a través de Theodor Adorno y Max Horkheimer con su dialéctica negativa. José Pablo Feinmann en “La filosofÃa y el barro de la historia†lo explica muy bien: “La propuesta de Adorno de una dialéctica negativa se proponer no detener el proceso dialéctico en una tercera instancia conciliatoria. ‘El todo es lo no verdadero’ apunta también a las aristas totalitarias de Hegel… Pero ese tercer momento de la dialéctica serÃa el de la totalidad-totalitaria. Además (y es aquà donde Adorno tiene su momento más eficaz) si la dialéctica recurre una y otra vez al concepto de superación (aufhebung) por el cual todo momento tiene su justificación en la cadena dialéctica, y todo momento se supera a sà mismo buscando una nueva sÃntesis que lo contiene, en tanto negado, pero que es el contenido de la nueva totalización dialéctica. Si la dialéctica —por decirlo claro— justifica todos sus momentos porque la historia se desarrolla de totalización en totalización, superándose y llegando a nuevas sÃntesis que, a su vez, se negarán para dar lugar (por la superación dialéctica, por la aufhebung que supera conservando) a nuevas formaciones dialécticas, el cuestionamiento de la Escuela de Frankfurt es: de qué es superación Auschwitz. ¿Podemos incluir a Auschwitz en el desarrollo de la racionalidad dialéctica? AhÃ, dirán Adorno y Horkheimer, hay una ruptura insuperable. No hay aufhebung para Auschwitzâ€.
No hay dudas, sin embargo, que la historia es historia humana, la hacen los hombres. En ese marco, es posible mantener la esperanza que en el campo práctico de la historia, en el espacio-tiempo de la historia, los nazis del Holocausto y los generales argentinos del genocidio en la Argentina de la última dictadura terminen constituyendo retrocesos transitorios a un futuro colectivo donde primen la justicia y la igualdad.
Sin esa ilusión no se podrÃa caminar, ni en polÃtica ni en la vida, y aquà me llega el eco de aquella conocida sentencia “para qué sirve la utopÃa, sirve para caminarâ€.
Adriana Puiggrós también termina expresando algo parecido: “(…) no resisto el deseo de volver a afirmar que la justicia social es posible. Que otros socialismos son posibles, claro que probablemente con la condición de decidirse a recuperar y transformar ciertos aspectos de la herencia y a generar formas inéditas de organización polÃticaâ€.

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