Viernes, 31 de octubre
REGIONALES

La muerte y el COVID-19/Por Jorge Castañeda

“Muerte si me andas buscando/ un favor te pediré/ déjame seguir cantando/llévame después”.

“Muerte si me andas buscando/ un favor te pediré/ déjame seguir cantando/llévame después”. Jorge Luis Borges rescata un viejo cuento oriental donde la Muerte debe ir a buscar a una persona ha determinado lugar. Ante esa infausta noticia un hombre para evitar el encuentro escapa hacia otro pueblo cercano para que ésta no lo encuentre. Sin embargo, la Muerte solo había pasado por ese pueblo para tomar un breve descanso porque allí no tenía que llevar a nadie. Para sorpresa del hombre la muerte lo encontró en el pueblo que había elegido para escapar de la misma.

La Biblia en uno de sus mejores versículos dice que “el que quiera perder su vida la salvará y el que quiera salvar su vida la perderá”.

Ambos ejemplos nos dicen mucho con respecto al Covid 19. Los cristianos sabemos bien que cada uno de nosotros tiene su vida marcada y depende de la voluntad de Dios cuando será el m omento de partir de este valle de lágrimas.

Los virus y las pandemias no son nada nuevo en la historia de la humanidad. Llegan intempestivamente y pasado un tiempo, ya sea por la eficacia de las vacunas o de los protocolos de prevención, se agotan en sí mismos. 

Lamentablemente por el acceso a las redes sociales hay expresiones de todo tipo opinando sin tener conocimientos académicos y queriendo imponer su forma de pensar, provocando polémicas estériles y lo que es peor inculcando el  miedo, que es el peor enemigo en momentos difíciles. El miedo paraliza y nos hace perder la templanza que siempre debemos tener.

Ningún país, ciudad o pueblo puede jactarse de no tener casos, porque llegará el día en que el virus llegará indefectiblemente y el encierro habrá sido en vano, provocando como efecto colateral la paralización de la actividad económica, el empobrecimiento de sus habitantes, el cierre de las clases y lo que es peor impidiendo la unión de las familias y los amigos dejando secuelas sicológicas de importancia. El ser humano es gregario por naturaleza y el encierro no sólo que no es bueno sino que lo afecta notablemente. Por otra parte no se puede vivir en un aislamiento prolongado, lo cual no significa no tomar las medidas de prevención por todos conocidas y que deben quedar para siempre como el lavado de manos en forma frecuente, entre otras.

Tampoco son buenas las comparaciones. La realidad de cada país es distinta, por comportamiento social, por factores culturales y por un sinnúmero de causas diferentes. No todos los pueblos reaccionan de la misma manera ante determinados estímulos. Y los argentinos somos transgresores, eso se sabe y nuestra idiosincrasia muy distinta.

También, reitero, las redes sociales, no son utilizadas en forma responsable. Muchas veces se victimiza a los contagiados, se discute y se quiere imponer su forma de pensar como la única razón posible ante un tema como el de la pandemia que ni aún los expertos no saben cómo se comporta y están desorientados. Otros, lamentablemente, por un encuadre político partidario o de facción son más papistas que el Papa, y los detractores de igual manera.

La desaprensión tampoco tiene edades ni clases sociales. Muchas veces los políticos, que tienen que dar el ejemplo, no respetan los recaudos que obligan a cumplir a sus gobernados.

Para el ciudadano común que tiene la necesidad de transitar y pasar por varios distritos, ciudades o provincias, muchas veces es un problema porque en cada lugar hay protocolos diferentes, una forma evidente de anarquía.

“Las leyes que atemorizan y no se cumplen –decía Cervantes- vienen a ser como el rey de las ranas que un buen día le perdieron el respeto y se subieron sobre él”.

Esta contingencia pasará como tantas porque hasta las peores calamidades tienen su final. Y otra vez cito la Biblia: “no temáis, rebaño pequeño”. Siempre nos quedará lugar para la esperanza.

 

 

 

 

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