La muerte del yo, un poema de Liliana Campazzo y “Rompan todo”.

1.- Allá por 1981 Jorge Luis Borges citó a Robert Louis Stevenson en una entrevista con Antonio Carrizo diciendo que “cada hombre es una multitud”. Recordó también que para Hermann Hesse “todo hombre incluye una humanidad”. En esa entrevista, tan interesante, y aludiendo a aquello de la filosofía de Spinoza que el objetivo del hombre debería ser perseverar en su ser, señaló que “quiero perseverar en otros” porque “estoy cansado de Borges”. Con lo cual,  a sus 80 años, al momento de hablar con Carrizo, ni siquiera ninguno de los yo que lo poblaban lo conformaban. En muchos de sus cuentos se puede rastrear esto de los otros yos, aunque a veces los nombre de distinta manera. En “El Congreso” el personaje Alejandro Ferri dice: “No me duele la soledad; bastante esfuerzo es tolerarse a uno mismo y a sus manías”. En “El otro”, sin embargo, el Borges más viejo le reprocha al Borges más joven que pueda sentirse hermanado con  “la humanidad” o con “la masa de oprimidos y parias”, diciéndole que: “Sólo los individuos existen, si es que existe alguien”. El Borges que habló con Carrizo supongo que haría un nuevo reproche, algo así como “sólo existen los individuos, pero en cada individuo hay una multitud”. Marcel Proust en “Por el camino de Swann”, el primer título de su monumental “En busca del tiempo perdido”, sugiere esto de que una persona son varias personas, no un todo constituido, idéntico para todos, del que cualquiera pueda enterase como de un pliego de condiciones o de un testamento. Y de allí saca una maravillosa sentencia: “nuestra personalidad social es una creación del pensamiento de los demás”. Mucho más ahora, con relaciones mediadas continuamente por la tecnología y lo virtual. No hay un yo utilizando las redes sociales, no hay muchos yo tampoco, hay un personaje, una ficción. Como escribió la antropóloga argentina radicada en Brasil, Paula Sibilia, el personaje “es el que está siempre a la vista, tiene que tener público, tiene que tener lectores, tiene que tener alguien mirando, en el momento en el que no hay nadie mirando el personaje deja de existir, entonces sólo existe cuando es mirado”. Nos estamos convirtiendo en personajes, simplemente dejamos nuestro yo  en manos de la mirada ajena.  Sibilia recordó que tiempo atrás, antes de la explosión primero de los medios audiovisuales y luego de los celulares e internet, la construcción del yo se realizaba “en silencio y en soledad”, a través “de la reflexión, de la introspección, de la lectura y la escritura”. Construido ese yo, salíamos a relacionarnos con las personas y el mundo. Ahora todo empuja a relacionarnos a través de las herramientas audiovisuales y virtuales. Miro, con nostalgia, con la nuca.

2.- En “Material sensible a la luz”, un hermoso libro de poemas de Liliana Campazzo con fotografías de Ale González –confluencia en cuidada edición de “Vela al viento”-, leo: “Cada cual debe atender/su juego./Mirarse en el espejo/y encontrar la luz de su mirada./Esos ojos/tan parecidos a la paz o la guerra/la mirada/de un día de viento/en el fondo del río”. El poema me hizo reflexionar que el mundo vuelve mísero al hombre y para defenderse y confrontarlo es necesario, entre otras cosas, “mirarse en el espejo y encontrar la luz de su mirada”. Hablo por mí, no por Liliana cuyo secreto del poema que nos ha regalado quizás tenga otra revelación personal inalcanzable. Pero por aquello de la muerte del autor de Foucault, mal interpretado como que el autor no existe, qué importa quién habla, importa que ahora como lector esas palabras son mías y el poema  hizo pensar que encontrar la luz de mi mirada para confrontar el mundo implica volver a vincular con aquello que el mundo ha convertido en cosa, en medio para un fin, y así poder cambiar, modificar, reconciliar con mi propio cuerpo y un mundo que no enajene la vida mental y humana. Qué hermoso verso “la mirada de un día de viento en el fondo del río”. El viento y el río, diría Heráclito, son como los hombres, nunca lo mismo. El viento y el río, como cada uno de nosotros, cambian incesantemente. Quiero ser esa mirada, esa mirada de viento o río donde no se cesa en la búsqueda de uno mismo.

3.- El documental-serie de Netflix “Rompan Todo” no es “la historia” de nuestro rock nacional ni del rock latinoamericano, sino un recorte muy parcial e inequitativo desde el inicio. Sin querer ponerme en “nacionalista”, la dimensión del rock en la Argentina, que en realidad no se circunscribe estrictamente al rock sino que desde un comienzo supo fusionar e incursionar con otros géneros nacionales y del exterior, más allá de un primer anclaje con lo que llegó de Inglaterra y Estados Unidos, fue muy superior y precursor respecto a los otros países latinoamericanos. Una cosa fue castellanizar rocanroles nortamericanos como los Teen Tops –que mi generación y la anterior a la mía consumió bastante en los años en que se bailaba rocanrol antes de la disco- y otra todo lo que surgió acá en Argentina a partir de Los Gatos, Almendra y Manal. El nivel creativo y contracultural que nuestro rock alcanzó a mediados de los 70 no tiene parangón, salvo el caso de Brasil que insólitamente quedó fuera del documental. Ignorar el movimiento del tropicalismo brasileño, la relación del samba y la bossa con el jazz y el rock –en gran parte similar al que una parte de nuestro rock nacional tuvo con el tango, el jazz y el llamado rock progresivo internacional-, la empatía entre músicos argentinos y brasileros, que simbólicamente nace cuando la música que crea Nebbia para La Balsa se basa nota por nota en “Garota de Ipanema” y que se fue forjando también en muchos casos vía “La expreso imaginario”, la gran revista contracultural de la argentina en los años de la dictadura que surge del seno del rock nacional, implica un recorte inadmisible cuando se habla de “la historia” del rock en la región. Moris y Aquelarre son los que mostraron a los españoles en los 70 que se podía hacer rock en castellano con mucha originalidad, sin caer en una mala copia del inglés o norteamericano. También en los 80 y 90 cuando gran parte del rock nacional se comercializa y entra de lleno en la liviandad del pop, son precisamente los grupos argentinos los que terminan de instalar lo que el mercado ya empieza a llamar ‘rock latino’ en México, Chile, Colombia, Perú y otros países sudamericanos. Yo viví intensamente de joven el rock nacional allá en la gran urbe de Ciudad y Gran Buenos Aires en los 70 hasta principios de los 80 en que me vine para estos pagos de Río Negro. Fui parte de lo que se llamaban grupos y revistas subtes o under, fanático spinettiano y nebbiero, privilegiado de haber seguido, escuchado y visto bandas que todavía hoy asombran por su nivel y que ni siquiera fueron nombradas en “Rompan Todo”, como Invisible y Jade con el Flaco, La máquina de hacer pájaros con Charly, los grupos de Nebbia hasta su exilio, Vox Dei, Pappos Blues, Crucis, Aquelarre, El Reloj -tan cercanos a mis pagos en el oeste del conurbano-, Alas, entre otros. Toda la movida folk que fue más allá de Sui Géneris, con Gieco, Pastoral, Pedro y Pablo, Vivencia, por nombrar algunos. Habría mucho qué decir, pero con el recorte a lo Sr. Tijeras de bandas y solistas constituye un absurdo calificar a “Rompan Todo” de un relato veraz de “la historia” del rock en Argentina y Latinoamérica. Toda la bibliografía que en los últimos años ha surgido sobre distintos aspectos de lo que significó como contracultura nuestro rock nacional, como la vinculada a la dimensión del Flaco Spinetta (menciono entre otros los libros de Miguel Grinberg, Martin Graziano y Mara Favoretto) o el de la historia de la revista “Expreso Imaginario” de Sebastián Benedetti y Graziano, es una muestra clara de la riqueza de un movimiento de música progresiva –en los 70 en general no hablábamos de rock nacional sino de música progresiva, en contraste con la comercial- que apenas si se esboza en el documental-serie de Netflix.

 

 

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