Estoy con los loros barranqueros/Por Jorge Castañeda
Vi morir uno electrocutado. Converso siempre con ellos.
Vi morir uno electrocutado. Converso siempre con ellos.
La avenida RÃo Negro del balneario Las Grutas no para de darme sorpresas. Todas las tallas y figuras son las silenciosas compañeras de mis caminatas matutinas.
Pero hoy ¡qué maravilla! siento unos graznidos que me sobresaltan. Me detengo y cuando fijo la vista lo veo muy orondo y contento. ¿Quién es? ¡Un loro barranquero! Como sé que algo me quiere decir me acerco procurando que no levante vuelo. Es que tengo una larga amistad con ellos, sus congéneres.
Está –lo noto- muy alborotado y contento. Y lo que tiene para decirme es muy importante. Me cuenta, como es muy adicto a las redes sociales, que ha estado leyendo la página “Mas RÃo Negro†y se ha sentido gratamente sorprendido por la nota de mi autorÃa allà publicada: “Hay que salvar a los loros barranquerosâ€. Yo le digo que no tienen nada que agradecerme porque para eso están los amigos. Me cuenta que ahora están muy preocupados por las nuevas restricciones, dado que ellos comienzan su actividad a las cinco en punto de la mañana.
Yo tengo una larga amistad con estos bulliciosos y parlanchines especÃmenes que algunos especialistas dicen que pueden estar en peligro de extinción.
A pesar que son muy traviesos nadie puede negar que son muy pintorescos. Para los chacareros son un problema porque hacen destrozos en los sembrados (prefieren los maizales, donde solo quedan los marlos), también destrozan las ramas de los pinos y lo que es peor el plástico de los cables. No tienen miedo –yo les advierto sobre el peligro de quedar electrocutados, pero no me hacen caso. Una vez vi a uno carbonizado ¡Pobrecito!
Sigo conversando con este simpático espécimen que se aposenta en la avenida RÃo Negro de Las Grutas y me cuenta que como él no puede volar sus congéneres lo dejan abandonado durante todo el dÃa. Mira pasar el trajÃn de los turistas con sus ojos asombrados. No entiende nada de urgencias, solamente sueña con volar frente al mar y jugar a las escondidas en las cuevas de los acantilados.
Sabe –y por eso tiene cierta tristeza- que ha fallecido su amigo “Pulpitoâ€, tan personaje como ellos y que tenÃan en común asustar a las chicas incautas, ellos con graznidos y él con su oferta de pulpitos.
Me reitera otra vez sobre las restricciones por el Covid y porque hay vecinos que por las mañanas quieren dormir y ellos (pobres inocentes) meten un barullo bárbaro.
Yo le digo que se queden tranquilos porque el toque de queda sanitario es solamente para nosotros los hombres y que a la noche no andarán ni los loros. Y en cuando al alboroto que no se hagan muchos problemas, son gritones porque esa es su naturaleza. No queda muy conforme.
El me saluda muy atento. Me da la pata, le doy la mano y muy sonriente sigo caminando mientras pienso: “Ojalá que los hombres fueran asà de agradecidosâ€.
No me imagino arboledas/ sin loritos barranqueros/ pintorescos habitantes/ de ciudades y de pueblos. Con sus gritos estridentes/ despiertan por las mañanas/ y se van hacia los campos/ para ganar su jornada. Para mà son pintorescos/ y reconozco traviesos/ pero es su naturaleza/ y eso bien lo saben ellos. Me despiertan sus graznidos/ temprano con la alborada/ que no se mueran los loros/ larga vida a las loradas.

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