“Somos soldados derrotados de una causa invencibleâ€/Por Jorge Castañeda
A los sesenta y nueve años de mi edad sigo siendo fiel a mi oficio, al decir de Cesare Pavese, el oficio de poeta.
A los sesenta y nueve años de
mi edad sigo siendo fiel a mi oficio, al decir de Cesare Pavese, el oficio de
poeta. El otro, “el de vivirâ€, trato de afrontarlo todos los dÃas a pesar de la
desesperanza de los últimos tiempos, con sumo estoicismo, a diferencia del gran
escritor italiano que jamás, como otros grandes desesperados, encontró razones
para vivir, y dejó en sus textos el signo trágico de la existencia, recordando
al gran don Miguel de Unamuno. Es que estamos hechos de una gran fragilidad y a
veces estamos a la intemperie de tantos desatinos que nos agobian en forma
cotidiana.
Siempre he sostenido que los artistas de alguna forma han sido y son y serán “el último reducto†ante tanta decadencia, donde el mundo parece desplomarse con señales de naufragio. Las campanas del cansado siglo que nos toca vivir están doblando a fracaso. El llamado “progreso†tecnológico se lleva todo sin dejar dividendos y encadena a los seres humanos a una vida metódica con ausencia de absolutos y un gran vacÃo que no se llena con sus falsas promesas, donde las viejas utopÃas del siglo pasado cayeron por implosión y nos dejaron un gusto a cascajos en la boca.
El nihilismo de un Ciorán supo gritar en el silencio que “el árbol de la vida no conocerá ya primaveras. Es un leño seco; con él harán ataúdes para nuestros huesos, nuestros sueños y nuestros dolores. Nuestra carne ha heredado el relente de los hermosos carroñeros diseminados a lo largo de los mileniosâ€.
¿Queda algo por hacer? Es la gran pregunta de los intelectuales que se replantean su obra en esta situación. En los albores del siglo pasado buscaron la aventura y el desapego por la vida porque la literatura no les podÃadar las respuestas que buscaban. André Malraux, Saint Exupery, Rimbaud y tantos otros.
Algunos sostienen que los artistas somos el último reducto y que se debe resistir, en cambio Ciorán y otros sostenÃan que “el error de los que captan la decadencia es querer combatirla, mientras que lo que harÃa falta es fomentarla, pues al desarrollarse, se agota y permite el acceso de otras formasâ€. El fin es el mismo, pero la gran disyuntiva son las actitudes. Camus sostenÃa que “somos soldados derrotados de una causa invencibleâ€, y en realidad eso somos los escritores que sentimos en carne viva las llagas de mundo cada vez más individualista, globalizado, injusto, donde el dinero y el consumo son los nuevos dioses del hombre, que ha abandonado los viejos valores morales en recodo del camino. Solamente los artistas somos como las vÃrgenes prudentes velando con sus lámparas encendidas esperando el advenimiento de una vida digna de ser vivida.
Facundo Cabral, siempre lúcido, escribió en su libro de memorias “ParaÃso a la deriva†que “el mal tiempo continuará, que serán más grandes las calamidades y mayor la cantidad de muertos, que la desesperación será insoportable, que se acabarán sus héroes y se multiplicarán los mártires, que no podremos escapar de la prisión que nosotros mismos hemos construidoâ€. De la misma forma pensaba sesenta años antes ese otro gran desesperado que fue Ezequiel MartÃnez Estrada en su casona de BahÃa Blanca.
Por eso tengo la gran responsabilidad de escribir para hacer un aporte, dirÃa casi una resistencia, ante los crudos desencantos que nos toca vivir, porque de alguna forma –alguien lo dijo- la literatura nos redime. No sé si tiene todas las respuestas pero vale la pena. El Ulises de Joyce, el Guernica, Sobre héroes y tumbas, un acorde Gustav Malher o los Girasoles de Van Gogh nos dicen más de nosotros mismos, pobre seres humanos, que todos los discursos banales de los polÃticos y el fanatismo estúpido de los obsecuentes que entronizan a los modernos dictadores que nos han condenado a una vida sin valores ni alegrÃas.
Los escritores, creo, no debemos ser indolentes. El verdadero creador siente como una afrenta la humillación a cualquier ser humanos por más pequeño que sea y un escritor no puede ni debe ser indiferente. “El oficio de espectador es resignado, como todo lo social; escribir es un juego más, una manera de cambiar las cosas, de ponerlas a nuestro gusto. Tal vez se escribe –dice Facundo Cabral- para esquivar la soledad, el tedio de dÃas socialmente iguales en las agotadoras y reiterativas ciudades del mundoâ€.
Escribir es una forma despertar, de sentir, de sufrir y también de gozar, de ser feliz ante una rima afortunada. En sÃntesis, aunque los artistas han pagado con el sufrimiento, con la miseria, con el exilio, con el dolor y a veces hasta con la vida, para mà escribir una responsabilidad y el motivo central de mi vida.

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