A pesar de ser alguien que vive de la palabra, cuesta sentarme y escribir algo sobre Nito, no por el peso de su muerte, la muerte de un amigo, no porque me resigne a la niñerÃa psicológica de que hay que transitar primero el duelo o que crea que un corazón agobiado por la pérdida es reticente a la expresión escrita o verbal, sino porque realmente no creo que tenga algo que decir. Lo pensaba ayer en su despedida, rodeado de aquellas y aquellos que han sido sus afectos y amores. ¿Hay algo que decir? Este último tiempo, con la pandemia y la postpandemia, o por la pandemia y la postpandemia, tantas personas queridas y apreciadas también murieron, y hay otras y otros que andan en duras peleas con la rebelión de la salud de sus cuerpos. Nito además no sólo murió, transitó por meses una especie de duro purgatorio entre sus primeros dos accidentes cerebrovasculares –tengo que decirlo, un segundo del que fue vÃctima por negligencia del sistema tanto público como privado de salud- y el momento en que finalmente se pudo liberar de esas cadenas y partir. Por eso me preguntaba ayer ¿hay algo que decir? Esas pérdidas y esos dolores tienen una quintaesencia que convierten en pueril toda retórica. Pero también Nito no necesita palabras, hay una autosuficiencia pura de palabras en su inmensa obra poética. Me preguntaba y me respondÃa que aún cuando nos encontrábamos alrededor de sus cenizas Nito sigue siendo un cuerpo que aún respira, respira allà en la altura de sus poemas, de sus versos, que nada tienen que envidiar de tantos otros grandes poetas que admiramos del paÃs y del mundo. Fuimos privilegiados al tener aquà cerquita un poeta de ese nivel. ¿Quieren palabras? Vayan y léanlo, hay mucho. Pensaba ayer además que la muerte es tan absoluta que muchas personas sensibles necesariamente deben presentir su proximidad. ¿La presintió Nito? ¿Por qué sino esa cantidad de libros que editó en los últimos años, cuatro o cinco al hilo? ¡Y vaya qué libros! “Lo que queda del albaâ€, “Ahà detrás†y “Vienen de las islasâ€, por nombrar tres, son para mÃ, como “Para los árbolesâ€, “Pan†y “Un mañana†de Spinetta, ese puñado de últimas obras de su discografÃa que dejó antes de partir que condensan el máximo nivel artÃstico que el artista podÃa deplegar, aún cuando uno y otro ya habÃa dejado trabajos anteriores que más que los justificaban en su paso por la vida. Como las estrellas que al colapsar crean ese máximo brillo de la supernova. Y Nito dejó dos libros más seleccionados y premidos para editar, mucha obra inédita y estaba embarcado con entusiasmo en distintos proyectos. Recuerdo que en el último verano antes de su viaje con Miguelina, su gran compañera, a la Zona Andina me pedÃa libros de Juan José Saer y Manuel Puig que no tenÃa a mano porque estaba embarcado en no sé qué proyecto de reflexión sobre esos autores. Y yo le decÃa que se dejara de joder, que el verano es para relajarse y disfrutar de cuestiones más vulgares y necesarias que los libros. Yo ya estoy en una edad donde a veces me fatiga la lectura, el sondear con profundidad un libro, la escritura. Y él, con la misma edad, lejos de parar, acrecentaba esa pasión por la palabra y el pensamiento. ¿PresentÃa quizás que no le quedaba tanto tiempo? ¿Él, justamente él, que era el más sano de todos, que parecÃa mucho más joven de lo que era, y que ni siquiera bebÃa, lo que considerábamos, como cofradÃa cercana, un pecado inadmisible? Casualmente, en el prólogo que escribà de “Lo que queda del albaâ€, mencionaba en una parte que el poeta habÃa utilizado la palabra “relámpago†en varios poemas. Nito después me confesó que no se habÃa dado cuenta de ese uso recurrente. Cuando pensaba de que quizás Nito habÃa sentido que no tenÃa tiempo que perder y que por eso debÃa abusar de las palabras como un fanático, recordé lo del relámpago y lo que habÃa escrito: Pocas cosas tienen la fugacidad del relámpago. El poeta utiliza esa palabra en varios poemas. Acoge su fulgor y lo vuelca como metáfora. Asà se suceden: “Y un niño y su lengua hipnotizada:/allà fue el relámpagoâ€; “…el silencio es pacto y tesoro,/y los que van a morir/-relámpagos de la carne- asà lo entiendenâ€; “…me veo llevado a esta reducción/de relámpago del lenguajeâ€; “Este rostro,/una y otra vez guarnecido en su disfraz:/reconoce las palabras,/el tablero donde éstas se vuelven relámpagos,/pero ya no hay asombroâ€. El relámpago es como un flash de una cámara fotográfica. Con ésta, el ojo descubre un instante que necesita retratar. El poeta utiliza el lenguaje para revelar el hecho poético. Pareciera que el hecho poético es el relámpago. Como un relámpago también, dicen los creyentes, llega la ira de Dios, entre nubes, para que todos la vean. Shakespeare denomina también “el último relámpago†al momento en que algunos hombres al borde de la muerte se sienten felices. Hay cierto hilván con esto cuando el poeta habla de los que van a morir como “relámpagos de la carneâ€. Sin embargo la carne perece y el hecho poético, por obra de la palabra escrita, no, o por lo menos permanece más allá del tiempo mortal. ¿Relámpago entonces como fulgor de la ausencia? Quizás sÃ, sólo lo capturan algunos poetas y aquellos próximos a morir.
En fin, no habÃa nada que decir pero dije. Nito se fue pero su cuerpo respira en sus libros. Sólo hay que ir al encuentro de sus palabras que ellas no los abandonarán.

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