12 de octubre: Sobre la historia y los mitos de la conquista y colonización de América/Por Claudio GarcÃa
Conocer e interpretar cierto perÃodo histórico presenta sus dificultades por lo compleja que es toda realidad ...
Conocer e interpretar cierto perÃodo histórico presenta sus dificultades por lo compleja que es toda realidad y porque, esa debilidad, engendra mitos que a la vez contribuyen a oscurecer los hechos ocurridos. El “descubrimiento de América†en 1492 y todo el proceso de colonización posterior es, probablemente, uno de los temas de la historia general de la humanidad que más mitos arrastra. Por lo tanto no solamente el debate histórico al respecto propiamente dicho no está clausurado, sino que todavÃa tiene fuertes implicancias en muchos de los debates ideológico-polÃticos e incluso filosóficos del presente.
Lo que más se ha discutido acaloradamente es si la colonización española de América fue más o menos inhumana, de lo que se desprenderÃa el carácter progresivo o reaccionario de la empresa. Pero, de este modo, no se disipará nada de una realidad que enfrentó razas y culturas; un estadio más avanzado de la civilización, el europeo, con otro, el americano, cuyas sociedades indÃgenas más avanzadas se encontraban en el estadio medio de la barbarie (1). No cabe duda que la colonización americana -como la de otras regiones del planeta por los ingleses, franceses, portugueses u holandeses- fue indudablemente inhumana, en muchos aspectos monstruosa. Este debate sà creo que está clausurado, más allá que todavÃa hay sectores que se empeñan en minimizarlo -no con ningún objetivo de esclarecimiento de lo sucedido en el pasado, sino con el sentido de enfrentar las demandas actuales, justas en su mayorÃa, de las distintas comunidades de pueblos originarios o preexistentes-. Sà creo que lo que está en discusión es el carácter reaccionario o progresivo de la empresa desde el punto de vista histórico. TodavÃa muchos intelectuales e historiadores concluyen que aunque la colonización significó el genocidio de millones de indÃgenas, el sometimiento de los pueblos originarios -polÃtica que con mayores o menores grados se extendió en el tiempo, ya con una Latinoamérica balcanizada y con gobiernos independientes de las metrópolis colonizadoras, y hasta la actualidad-, desde el punto de vista histórico este proceso fue progresivo. Para adelantar algunas de mis conclusiones, creo que la colonización fue inevitable, pero el concepto de progreso, tanto la concepción de una historia lineal y armónica del Iluminismo que siempre llega a buen puerto, como la historia como desarrollo de la racionalidad dialéctica -donde la historia avanza con contradicciones, pero avanza-, entró enteramente en crisis en el siglo XX. Afirmar que inevitablemente la rueda de la historia corre hacia una mejor humanidad aunque “chorree sangre y lodo†(como decÃa Marx respecto al dominio del capital en el mundo), y que por lo tanto se debe reivindicar la colonización bajo el concepto que todo se justifica en función del progreso, ya no puede ser aceptado sin severos cuestionamientos.
LAS INJUSTICIAS DE LA CONQUISTA Y COLONIZACION
Existen suficientes libros, un gran número de historiadores y ensayistas, con muchos años de investigación, que han constatado la veracidad de los atropellos y masacres producidas en los años de la conquista y colonización sobre las distintas sociedades indÃgenas.
No hay coincidencia entre los más serios investigadores sobre la cantidad de indÃgenas existentes antes de 1492. Las Casas sugiere en sus testimonios una población cercana a los 100 millones, y los más fanáticos indigenistas aceptan como real esa cantidad, o, por lo menos, unos 80 millones. Otros, como Sapper y Rivet, relacionando el nivel de civilización y la densidad de habitantes, estiman unos 50 millones, mientras que hay autores, como Kroeber, que concluye que el número alcanzado por los indÃgenas no llega a los 10 millones (2). Regionalmente se han realizado estudios que han permitido aproximaciones más objetivas, que indican, por ejemplo, que en México Central existÃan antes del descubrimiento aproximadamente 25 millones de indÃgenas. Existen sà cálculos más certeros sobre la cantidad de aborÃgenes que fueron pereciendo en las décadas de la conquista y colonización, y que confirma que el número de vÃctimas fue muy importante. En México Central, de los 25 millones que mencioné, sólo se contaron poco más de 3 millones setenta años después.
Las causas de esta mortandad han sido fundamentalmente dos. Una, las guerras de conquista, donde la enorme distancia entre los estadios de civilización –desde el punto de vista de técnica- fue lo decisivo para que grupos pequeños de españoles causaran miles y miles de muertes. Otra, quizás la más importante, las bacterias y virus que trajeron los europeos a América.
Los cuerpos desnudos, las flechas sin siquiera sus puntas de hierro, dado que este metal les era desconocido, poco podÃan hacer contra las ballestas, las escopetas, las espadas y los escudos. Américo Vespucio describió claramente esta situación: “…pues como están desnudos siempre hacÃamos en ellos grandÃsimas matanza, sucediéndose muchas veces luchar diez y seis de nosotros con dos mil de ellos y al final desbaratarlos y matar muchos de ellos…â€. De allà que los distintos conquistadores, como Vasco Nuñez de Balboa, Diego Velázquez, Hernán Cortés y Francisco Pizarro hayan podido matar a miles y miles de indÃgenas en sus procedimientos guerreros, con una considerable inferioridad numérica de los grupos que comandaban. Contribuyeron también a esas matanzas las divisiones entre las distintas sociedades aborÃgenes. Los aztecas y los incas, antes de la conquista, habÃan dominado imperialmente a distintos grupos indÃgenas, con atropellos y crueldad, y fue por eso que, por ejemplo, los totonacas, tlaxcaltecas y otomÃes se aliaron a Cortés para derrotar a los aztecas (3). También Pizarro realizó la conquista de los incas en plena “guerra civil†de ese imperio, por la sucesión de Huaina Cápac, entre el hijo primogénito Huáscar y Atahualpa, el vástago predilecto.
Esta situación de división y enfrentamiento entre grupos indÃgenas facilitó las matanzas hasta incluso el siglo XIX. Todos los conquistadores y generales utilizaron la alianza con las jefaturas indÃgenas de tal o cual grupo, para derrotar a otra colectividad (4).
La otra causa de muerte de los aborÃgenes y, quizás, la que mermó más su número, fue la falta de inmunidad a varias enfermedades contagiosas que trajeron los europeos, principalmente la viruela. En una carta de Jerónimo López al prÃncipe Felipe, en 1545, se indica que sucumbieron 400.000 indios en el término de siete meses en la zona de México por viruela. Esta sola cifra duplica el número de indÃgenas muertos en la batalla de más de 90 dÃas de los españoles de Cortés contra los aztecas dirigidos por el joven Cuauhtémoc, en la toma de la capital Tenochtitlán, que significó el golpe decisivo de los conquistadores para sojuzgar a la América Central (5).
Como escribió Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latinaâ€: “Los indios morÃan como moscas; sus organismos no oponÃan defensas ante las enfermedades nuevas. Y los que sobrevivÃan quedaban debilitados e inútilesâ€, citando luego a Darcy Ribeiro quien, en “Las Américas y la Civilización, Tomo Iâ€, estimó que más de la mitad de la población aborigen de América murió contaminada luego del primer contacto con los hombres blancos, por viruela, tétanos, venéreas, fiebre amarilla, lepra y hasta la simple gripe, entre otras.
En muchas ocasiones, conscientes de la mortandad causada por varias enfermedades, españoles y de otros paÃses europeos, provocaron intencionalmente el contagio a los aborÃgenes para eliminarlos. TodavÃa en el siglo XIX y principios del siglo XX fue utilizada esa práctica para “despoblar†tierras que les interesaban a los europeos. Por ejemplo, los últimos onas, en el sur de América, fueron exterminados, no solamente por las armas, sino por las bacterias y virus que inmigrantes ingleses inoculaban en las ballenas que encallaban en las playas, a sabiendas que luego esos grupos indÃgenas se aprovisionaban de la carne de los mamÃferos marinos para alimentarse, por testimonio directo de uno de los últimos onas que habitaron Tierra del Fuego.
LA IDEALIZACION DE LAS SOCIEDADES PRECOLOMBINAS
Más allá de la veracidad, como ya se ha dicho, de los actos de barbarie cometidos por los colonizadores y de las injusticias todavÃa vigentes contra los pueblos preexistentes, no deja de ser un mito la idealización de las sociedades precolombinas que esgrimen muchos grupos indigenistas o integrantes de las distintas comunidades actuales: que vivÃan armoniosamente, que sus niveles culturales se encontraban avanzados para la época, que sus estructuras organizativas eran justas, y sus religiones totalmente humanitarias y de prácticas inocentes.
En principio, no habÃa uniformidad en el desarrollo de las distintas culturas indÃgenas. Si bien son indudables los avances de los mayas en aritmética y astronomÃa, a tal punto que, por ejemplo, calcularon con más exactitud el año astronómico que el señalado por el calendario gregoriano, y distintos grupos mixtecas dejaron historia “escritaâ€, contra la creencia difundida que sólo se habÃa heredado de los grupos precolombinos testimonios materiales, tradiciones y leyendas recogidas por los primeros europeos, pero no auténticos registros de sus vidas (6); lo cierto es que las sociedades más avanzadas: mayas, aztecas e incas, se encontraban recién en el estadio medio de la barbarie, y existÃan poblaciones que vivÃan con un nivel cultural del neolÃtico. Las grandes culturas aborÃgenes habÃan desarrollado el cultivo del suelo e hicieron surgir grandes ciudades, compuestas algunas por viviendas y otras por templos, pero, por ejemplo, no conocÃan la rueda ni el laboreo del hierro, y no es exagerado decir que en la técnica “por lo general los indios estaban aún en la Edad de Piedra†(7).
Los grandes imperios, como aztecas e incas, se expandieron por la vÃa militar, sojuzgando a otros pueblos indÃgenas con mucha crueldad, y gobernaron despóticamente. De allÃ, como he señalado, las divisiones de las que se aprovecharon los conquistadores para salir victoriosos de muchas batallas. Las religiones que practicaban las distintas sociedades y grupos aborÃgenes, en su mayorÃa con gran cantidad de divinidades, permitÃan crueldades de todo tipo, como los sacrificios humanos en aztecas e incas, y el canibalismo y la reducción de cabezas en las tribus aborÃgenes más conocidas del Brasil y el Matto Grosso. Sólo asà se entiende que, por ejemplo, muchos grupos indÃgenas se aliaran a Cortés para derrotar a los aztecas; de hecho, hay investigaciones que afirman que en el principal templo de la ciudad de México, se sacrificaron, por ejemplo, 20.000 hombres en cuatro dÃas.
MITOLOGIA Y RELIGION
La mitologÃa azteca e inca también ayudó a la conquista, dado que existÃan presagios sobre el retorno de los “dioses†que los aborÃgenes asociaron a la llegada de los conquistadores. El azar hizo que el dios Quetzalcóatl, de los aztecas, “que vendrÃa por el esteâ€, fuera blanco y barbudo como los españoles, y que, además, fuera blanco y barbudo el dios Huiracocha de los incas. Asà lo han señalado numerosos autores, como Richard Konetze, quien escribió: “El espÃritu de lucha que animaba al belicoso pueblo azteca frente a los intrusos europeos fue lentamente minado por sus creencias religiosas. Los aztecas consideraban que su mundo estaba amenazado por el infortunio y condenado a la ruina… fue esencial el profetizado retorno del rey y sacerdote Quetzalcóatl, quien debÃa aparecer por el Oriente y poner término a la supremacÃa de los dioses sanguinarios… Moctezuma creyó que los españoles eran los anunciados nuevos señores a quienes debÃa cederles el poder †(8).
Asà como las religiones de los grupos indÃgenas facilitaron en gran medida su sometimiento a los conquistadores, la difusión de la fe cristiana y “la lucha contra los infieles†fue un componente esencial en el desarrollo y los hechos cruentos que marcaron décadas y décadas de conquista y colonización del territorio americano. El cometido misional legitimó la toma de posesión del Nuevo Mundo, y llevó a la iglesia a participar activamente en la organización de la vida americana. Primó además la concepción según la cual el sometimiento de los indios por la fuerza de las armas era imprescindible para predicar más fácilmente y con mayor éxito el evangelio.
Conviene aclarar que la evangelización de los paganos no fue el motor fundamental que empujó a los españoles a la conquista de América. Es obvio que por sobre las intenciones confesionales, primaba el interés más terreno de la posición y la riqueza que no habÃan obtenido en Europa. Sin mencionar que muchos embarcaban a una aventura sin dudas riesgosa, dadas las frágiles embarcaciones, escapando de distintos tipos de persecuciones, como está documentado en relación a muchos judÃos, motivados por las medidas inquisitoriales de los reyes católicos. Como escribió Richard Konetzke: “No es imaginable que los rudos y curtidos marinos que tras larga resistencia se resolvieron a participar en el primer viaje de Colón, o los delincuentes indultados que se encontraban entre los tripulantes, se hayan sentido apóstoles laicos que llevaban el evangelio a pueblos distantes e ignotos†(9).
No obstante, “la conversión de los aborÃgenes†justificaba el accionar y los atropellos que llevaron a cabo los grupos comandados por los distintos conquistadores españoles. Por eso Colón escribió que los reyes Fernando e Isabel “como católicos y cristianos y PrÃncipes amadores de la santa fe cristiana y acrecentadores della, y enemigos de la secta de Mahoma y de todas las idolatrÃas y herejÃas, pensaron de enviarme a mà Cristóbal Colón a las dichas partidas de Indias para ver los dichos prÃncipes, y los pueblos y tierras, y la disposición dellas y de todo, y la manera que se pudiera tener para la conversión dellas a nuestra santa feâ€. Todos los conquistadores posteriores, en sus escritos e informes a las autoridades de la metrópoli, marcaban también asiduamente el propósito confesional de sus actos.
Es cierto, por otra parte, que existieron conflictos, por un lado entre misioneros y colonos con motivo de los tratamientos manifiestamente inhumanos que se brindaba a los grupos indÃgenas, y la rapiña y rivalidades que se originaron entre los españoles por las riquezas del Nuevo Mundo, que se encontraban muy lejos de la “conciencia cristiana†de la época; y por otro, entre las diferentes órdenes religiosas, sectores intelectuales y dirigentes y la cúpula papal, precisamente por la manera en que se debÃa obrar con los aborÃgenes y las diferentes posturas existentes respecto a si los indÃgenas debÃan ser considerados tan “humanos†como los europeos, y si contaban con el “alma†que justificara su evangelización.
Es indudable, más allá de todas estas contradicciones, que el papel de la iglesia y el componente religioso de los conquistadores sirvió de “aliento†y “justificación†a un accionar que no se caracterizó por lo humanitario y cristiano que podrÃa presuponerse. Asà como las creencias religiosas de los aztecas y de otras sociedades indÃgenas minaron su combatividad contra los conquistadores, la religión de los europeos, por el contrario sirvió de incentivo a su papel guerrero y de dominación.
La realidad de los incontables hechos cruentos efectuados por los europeos “cristianosâ€, llevó a que algunos religiosos e intelectuales se cuestionaran la legitimidad de los objetivos confesionales que se esgrimÃan para conquistar el Nuevo Mundo y otras regiones del planeta, y muchos alzaron su voz solitaria por la vergüenza que sentÃan al enterarse de las matanzas que llevaron a cabo hombres de su misma fe. Por ejemplo, William Howitt escribió en forma contundente sobre el sistema colonial cristiano que: “Los actos de barbarie y los inicuos ultrajes perpetrados por las razas llamadas cristianas en todas las religiones del mundo y contra todos los pueblos que pudieron subyugar, no encuentran paralelo en ninguna era de la historia universal y en ninguna raza, por salvaje e inculta, despiadada e impúdica que ésta fueraâ€.
LA COLONIZACION FUE UN INSTRUMENTO PARA EL TRIUNFO DEL CAPITALISMO
A pesar de su carácter inhumano, la colonización de América fue parte quizás principal de toda la etapa de la acumulación primitiva capitalista; fue uno de los principales eslabones en la expansión mundial del naciente capitalismo. De allà que muchos intelectuales e historiadores, con ideologÃa de derecha o izquierda, justificaran que ese proceso fuera progresivo históricamente hablando. Era el desarrollo de “la razón instrumentalâ€, del progreso o del triunfo de un sistema que también generarÃa en su seno a sus propios enterradores, los obreros, con lo cual vendrÃa el socialismo y asà “históricamente†el pasado de la humanidad, incluyendo los horrores de la colonización, quedarÃa redimido.
El mejor historiador marxista, a mi juicio, de nuestro paÃs, MilcÃades Peña, lo escribió claramente: “Algunos teóricos populistas condenan a posteriori la colonización española (o inglesa) partiendo de la lamentable tonterÃa de que la misma fue inhumana. Pero no se puede condenar la colonización -ni tampoco la esclavitud que prevaleció en la antigüedad- dado el hecho irrefutable que resultaba económicamente necesaria. Era en su momento el único camino abierto a la humanidad para que una parte de ella pudiera ascender explotando al resto, a un creciente dominio sobre la cultura; preparando asÃ, objetivamente, y pese a sus deseos, las bases para la emancipación de toda la humanidad†(10).
El argentino Sergio Bagú también señaló que, a pesar de las injusticias, el sistema colonial sirvió al fortalecimiento del capitalismo, un sistema que significó un tremendo salto adelante de las fuerzas productivas: “(…fueron descubiertas y conquistas (las colonias americanas) como un episodio más de un vasto perÃodo de expansión comercial del capitalismo europeo. Muy pocos lustros después de iniciada su historia propiamente colonial, la orientación que van tomando sus explotaciones mineras y sus cultivos agrÃcolas descubren a las claras que responden a los intereses predominantes entonces en los grandes centros comerciales del viejo mundo†(11).
El propio Carlos Marx, quien calificó a la colonización americana en El Capital de “cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento de la población aborigen en las minasâ€, en numerosos escritos fue claro en marcar que consideraba progresiva la empresa. Asà en la IdeologÃa Alemana escribió que: “La manufactura y en general el movimiento de la producción experimentaron un auge enorme gracias a la expansión del comercio como consecuencia del descubrimiento de América… Los nuevos productos importados de estas tierras, y principalmente las masas de oro y plata lanzadas a la circulación, hicieron cambiar totalmente la posición de una clase con respecto a otras y asestaron un rudo golpe a la propiedad feudal de la tierra y a los trabajadores, al paso que las expediciones de aventureros, la colonización y sobre todo la expansión de los mercados hacia el mercado mundial, que ahora se habÃa vuelto posible y se iba realizando dÃa tras dÃa, hacÃan surgir una nueva fase del desarrollo histórico… La colonización de los paÃses descubiertos sirvió de nuevo incentivo a la lucha comercial entre las naciones, y le dio, por tanto, mayor extensión…â€. También en el Manifiesto Comunista sentenciaron Marx y Engels: “La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de todos los medios de transporte terrestres. Este desarrollo, a su vez, influyó en el auge de la industria, el comercio, la navegación y los ferrocarriles, desarrollábase la burguesÃa, multiplicando sus capitales y relegando a segundo plano a todas las clases legales por la Edad Mediaâ€.
Es clara la contradicción que esgrime gran parte de la denominada izquierda marxista que se muestra actualmente aliada de las corrientes indigenistas que pretenden darle a la lucha por la “liberación†o “emancipación†la vuelta a un supuesto esplendor precolombino que la colonización truncó (12) sin hacer todavÃa una relectura de los textos que en este sentido escribieron Marx, Engels y otros intelectuales al respecto y que invalidan totalmente tal postura.
Sin abundar en citas de Marx, la posición del alemán sobre la colonización americana puede resumirse en lo escrito respecto al accionar inglés en la India: “De acuerdo con una ley eterna de la historia, los conquistadores bárbaros son conquistados, a su vez, por la civilización superior de los pueblos que sojuzgan. Los ingleses fueron los primeros conquistadores de civilización superior a la hindú, y por eso resultaron inmunes a la acción de ésta. La destruyeron disgregando las comunidades nativas, desarraigando la industria indÃgena y nivelando todo lo que de grande y elevado tenÃa la sociedad nativa. Las páginas de la historia de la dominación inglesa en la India apenas ofrecen algo más que esas destrucciones. Tras los montones de ruinas a duras penas puede distinguirse su obra regeneradora. Y sin embargo esa obra ha comenzado†(13).
Esto indudablemente está en discusión, más allá que considero valederos y vigentes otros planteos de Marx. Como ya dije se debe revisar el concepto de historia como desarrollo de la racionalidad dialéctica –lo que implica replantear el concepto tanto de historia como de un tren que, aún con contradicciones, indudablemente lleva en sus vagones el progreso y el avance de la humanidad, y de la propia dialéctica-. En este marco creo que son justas muchas demandas de las comunidades herederas de los pueblos preexistentes, como el acceso a la tierra, el respeto a la diversidad cultural, la interculturalidad, sin por eso adherir a la idealización de su pasado precolombino o pre-Conquista del Desierto -para situar el tema más cercano en el tiempo y a la historia de nuestro paÃs-, ni de muchos de sus componentes culturales y religiosos.
El descubrimiento y colonización de América tuvo, en sÃntesis, un objetivo comercial que sirvió para fortalecer a la burguesÃa europea, que finalmente dirigirÃa los procesos revolucionarios que derribaron totalmente al régimen feudal. Autores de uno u otro signo ideológico coincidieron en señalar que los nuevos descubrimientos geográficos de los siglos XV, XVI y XVII, fueron motor del desarrollo del capital comercial, favoreciendo la transición del modo feudal de producción al capitalista. Las riquezas expoliadas en América, directamente por el saqueo, las matanzas con rapiña, la esclavización y otros métodos de sometimiento, refluÃan a las metrópolis y se transformaban allà en capital.
Para adelantar otras conclusiones. Se puede decir que este proceso de avance al dominio del capital surgió y se fortaleció ferozmente, es decir, se cumplió la etapa destructora de la que hablaba Marx, de aniquilación de las viejas sociedades precolombinas, pero lo que está en discusión es la etapa regeneradora. Cuando uno ve la realidad de tantas comunidades indÃgenas en Latinoamérica no se puede afirmar que a pesar de la inhumanidad del perÃodo inicial de la colonización se colocaron los fundamentos materiales de una sociedad mejor, similar a la de los principales paÃses occidentales. Ni tampoco adherir a una concepción de la historia donde el fin justifica los medios, es decir, porque es progresivo todo se justifica. Como la canción de León Gieco, gran parte de los descendientes de los pueblos originarios pueden afirmar, con razón, “cinco siglos igualâ€.
IDENTIDAD DE ESPAÑA Y LA AMERICA COLONIZADA
En función del papel jugado históricamente por España, de facilitar la expansión mundial del, en ese entonces, incipiente capitalismo, debemos afirmar que resulta por lo menos maniqueo discutir la “exclusiva†responsabilidad de esa metrópoli en la colonización americana. Por un lado, ya he indicado que fueron tan salvajes españoles, como ingleses, portugueses u holandeses, a la hora de conquistar y colonizar nuevos territorios. Pero, en lo que hace al principal objetivo de la colonización, como fue la expansión del comercio y el ascenso de la burguesÃa, existe una “esencial identidad entre España y la América colonizadaâ€, como caracterizó MilcÃades Peña en “Antes de Mayo†(14).
España cumplió el papel de instrumento e intermediaria para que la burguesÃa europea en ascenso, en el marco todavÃa del sistema feudal, se fortaleciera, es decir, que surgieran las relaciones sociales del tipo capitalista, a la vez que gradualmente se derrumbaran las del feudalismo.
Las nuevas rutas mercantiles y mercados de venta que implicó el descubrimiento de América, y el volumen de oro y plata que fue extraÃdo de sus territorios, sirvieron a la denominada acumulación originaria que fortalecerÃa a la burguesÃa europea, fundamentalmente inglesa y francesa. Fueron la palanca de un sistema colonial que sirvió para organizar la gran producción capitalista, por lo que, obviamente, mal podemos apuntar el dedo acusador a España por una empresa de la que se aprovechó toda la burguesÃa en ascenso del continente europeo.
En este marco, debe hacerse hincapié en el falso mito de “gran potencia†e “imperio†que supuestamente era España en el siglo XV. No existe la “decadencia†que muchos autores señalan de una España “potencia hegemónica†en el siglo XV, que se empobreció en los siglos posteriores. Si el descubrimiento y colonización de América fue una de las palancas principales para que se consolidara la burguesÃa inglesa y francesa, más que la burguesÃa española, en los siglos posteriores al viaje de Colón, y consecuentemente, que Inglaterra y Francia, y no España, fueran las creadoras de la industria moderna, esto se debió a que, sencillamente, la historia es no tal lineal sino fundamentalmente contradictoria, y en lugar de ser las potencias con más desarrollo burgués para la época las que descubrieran América, le tocó hacerlo a una nación que se encontraba en la retaguardia. Por esa razón, “España perdió bien pronto el monopolio de sus colonias y se transformó en agente intermediaria Inglaterra y Francia, que luego habrÃan de heredarla como metrópolis económicas de América Latina†(15).
Numerosos autores han marcado el atraso que en su estructura económica tenÃa España en relación a las naciones que sà devinieron en potencias directoras del mundo. En el siglo XV España se encontraba muy atrás de Francia e Inglaterra en cuanto a su “unidad nacionalâ€, que como ha señalado Adam Smith, es un requisito básico para el desarrollo de la industria, de la burguesÃa.
Bajo los Reyes Católicos España era una federación de cinco reinos autónomos: Navarra, Valencia, Aragón, Castilla y Cataluña, con poca integración económica, legislaciones y aduanas separadas. El español Ramón Carande afirmaba: “El aragonés era considerado extranjero por el castellano y viceversa. Si las barreras interpuestas las disociaban económicamente, el trato fiscal que se daban entre sà no diferÃa del que dispensaban a los extranjeros†(16).
La ascensión económica y social del mundo mercantil va a ser muy pobre en España, comparada con otras naciones. Escribió Molinari caracterizando la etapa de los siglos XI al XV: “La economÃa castellana era natural y de mercado cerrado. El ámbito de las actividades reducidas, el escenario lugareño, sin facilidad alguna para el transporte de las personas y mercaderÃas, y el consumo local de los frutos de la tierra, fueron las caracterÃsticas particulares de su organización hasta el tiempo de los reyes católicos… La agricultura y la ganaderÃa eran las principales ramas de la producción… La moneda, pesas y medidas tenÃan valor local. Esta fue, en consecuencia, una de las causas principales que el comercio se redujese a confines muy estrechos†(17).
Los Reyes Católicos tuvieron polÃticas contradictorias, pero sus resultados no cambiaron mucho el carácter de una España más atrasada que imperial. Superficialmente alguien pudo escribir que los Reyes Católicos lograron la unificación nacional. Como señaló Marx: “España, como TurquÃa, siguió siendo una aglomeración de mal dirigidas repúblicas, con un soberano nominal a la cabezaâ€: Si bien en el siglo XV empiezan a surgir manufacturas de cierta importancia en algunos territorios españoles, como en los casos de paños, sedas, lanas, lozas y vidrios, no se aprovecharon los mejores métodos y las técnicas más apropiadas, como sà sucedió en otras naciones europeas. Como escribió el español Navagero en la época: “Hay muchos telares, más no conocen el arte de trabajar†(18).
A pesar que los Reyes Católicos estimularon la producción lanera, al grado de provocar la decadencia de la agricultura, se la exportó en crudo, en vez de utilizarse esa producción para impulsar y canalizar la industria textil. Juan Berreyto escribió: “La artificialidad de la gloria de los tiempos áureos es advertida en 1588 por el contado burgalés Luis Orti, cuyo memorial constituye un precioso texto que concuerda con cuanto se perfila en el “Lazarillo de Tormesâ€. España lo ha puesto todo en la milicia, olvidando el trabajo de las manos, la artesanÃa y la industria. En vez de ser artesanos y mercaderes, los españoles son guerreros o pleiteantes. Falta asà nuestra incorporación al nuevo tipo humano, a ese hombre de empresa que apoyará la pujanza de la burguesÃa†(19).
A pesar que la conquista de los territorios americanos facilitó una tarea unificadora del territorio español, por otra parte, los nuevos caudales profundizaron la poca pujanza que para la época caracterizaba a los nobles, incipientes burgueses y comerciantes de España. Ante el oro y la plata que recibÃan los Reyes, se dejó de pedir fondos a las distintas cortes, que a la vez, ante esa mayor disponibilidad que tenÃan de riqueza, poco se preocuparon para desarrollar las bases materiales que traerÃan más desarrollo a sus regiones. Esta situación fortaleció más el papel de intermediaria que ocupó España para la acumulación de capital por parte de la incipiente burguesÃa inglesa o francesa. Berreyto sentenció refiriéndose al siglo XVI español. “Nuestra burguesÃa es rala y carece de fuerza porque la burguesÃa extranjera lo ocupó todo y dejó solamente a algunos socios o testaferros áreas muy limitadas e intervenidasâ€, y más adelante agrega que “…los españoles son desplazados por genoveses, franceses, holandeses, y más tarde ingleses… Una memoria de 1691 hace ver que de 53 millones de libras llegadas en mercaderÃas al puerto de Cádiz, solo 2 millones y medio, apenas un 5% eran españoles†(20).
Otro autor, Vicens Vives, coincide también con todas estas apreciaciones. Escribió: “Los soberanos (Reyes Católicos) aspiraron a asumir la disección de la economÃa de sus estados en uno de los primeros balbuceos de polÃtica mercantilista, todavÃa vacilante, falta de coherencia y llena de contradicciones. Los logros obtenidos en algunas ramas se malograron por las mermas producidas en otras por medidas legislativas poco afortunadas†(21).
Afirmó además Vives que: “…los reyes se percataron del atraso de la economÃa urbana (industrial) que presentaban sus Estados, muy particularmente Castilla, en relación con otros paÃses… pero al mismo tiempo se erigieron en defensores, o por lo menos no acertaron a combatirlo, del sistema ganadero latifundista imperante en el enorme conglomerado territorial de Castilla, León, Extremadura y AndalucÃa… No era posible la prosperidad de una sin la ruina del otro… La explotación de esta rama de la economÃa (ganaderÃa lanar) fue la principal fuente de riqueza de los estados cristianos… Los Reyes entendieron, pues, que debÃan fomentar la ganaderÃa†(22).
España en cuanto a su estructura económica estaba más cerca de Rusia, que de verdaderas potencias como Inglaterra: abastecedora de lana para la industria extranjera y con su economÃa controlada por extranjeros y en manos de ellos. Por eso Rusia y España entraron al siglo XX sin haber logrado los objetivos de una verdadera revolución democrático-burguesa, como sà lo hicieron Francia e Inglaterra. Como escribió Sergio Bagú: “El capital extranjero siguió manejando las finanzas y el comercio de la nación aún mientras la corona se empeñaba en dictar reglamentaciones de exaltado nacionalismo económico. En 1772 -época de Carlos IV- los franceses tenÃan en sus manos el mayor volumen de las transacciones mercantiles que se realizaban en Cádiz, corriente principal del comercio hispano; 79 casas de comercio mayorista pertenecÃan a capitalistas franceses, después de los cuales venÃan en importancia los capitalistas italianos e ingleses (23).
Vives escribió también en ese sentido que: “Al iniciarse el siglo XIV la industria textil lanera empezaba a adquirir gran desarrollo en Cataluña, especialmente en Barcelona… pero decayó en el siglo XV a causa de la competencia inglesa… Otra industria importante fue la de Cataluña en el hierro (armas, espadas, puñales, etc.), pero decayó en el siglo XV y al terminar el perÃodo sólo existÃa un gran establecimiento en Ribas de Freser†(24).
Este raquitismo de España impidió, a pesar del monopolio ultramarino con América, acaparar el comercio con los nuevos territorios. Apenas si pudo servir durante algunas décadas el papel de intermediaria, y prontamente, al contrabando redujo incluso ese papel, tal como escribió el español Carande (25).
Inglaterra fue la contracara de España con respecto a la polÃtica con las colonias. Mientras los ingleses defendÃan a rajatabla las polÃticas de protección de la industria metropolitana, prohibiendo, por ejemplo, el desarrollo de industrias de lienzo en Nueva York o del calzado en Pennsylvania para que no existiera competencia con las manufacturas producidas en territorio inglés, y se continuara importando materias primas como el cáñamo sin ningún tipo de tratamiento o elaboración; en España, por el contrario, se fomentaba la importación de productos extranjeros y se desalentaba la producción industrial. MilcÃades Peña cita en este sentido al escritor Larraz, quien afirmó: “…cuando la afluencia de los metales preciosos extraÃdos de Potosà y la insuficiencia de la industria española provocó un colosal aumento de los precios y escasez general, las Cortes de Valladolid (1548) pedÃan a la Corona que se permitiese la libre importación de productos extranjeros para España y se prohibiese la exportación de artÃculos españoles a América, para que asà se aliviara la escasez en España y se desarrollase la industria en América†(26).
Se debe remarcar, además, que, a diferencia de lo señalado por muchos escritores, la España atrasada construyó objetivamente en América una sociedad capitalista. Coinciden en este sentido autores como Peña, Bagú, Villalobos, Levene o Aldo Ferrer: la producción de América se destinaba al mercado mundial. Las minas, obrajes y plantaciones americanas producÃan en gran escala para el mercado mundial. Escribió Peña: “Es posible que las primeras encomiendas hayan tendido a ser autosuficientes, pero en todo caso, ello estuvo perfectamente condicionado al hallazgo de metales preciosos. Descubierto el metal, la unidad autosuficiente se quiebra con estrépito. Los indios comienzan a producir para el mercado europeo o local, y el señor vive con la mente puesta en el mercado. Además de metales preciosos, Potosà y la zona adyacente no producÃan prácticamente nada. De otras regiones del virreinato le enviaban alimentos y los más diversos productos. De todas partes del mundo le llegaban objetos de lujos. No puede darse en caso más claro de producción para el mercado (27). Agrega Villalobos: “…las colonias recibÃan toda clase de mercaderÃas europeas y a precios bajos; podÃan exportar sus productos a otras naciones sin más prohibición que para el oro y la plata; que efectuaban el comercio de trueque con las colonias extranjeras; que recibÃan en sus puertas a naves negreras de cualquier paÃs y comerciaban con ellas; que utilizaban naves de potencias amigas y neutrales, y europeas†(28). Bagú y otros investigadores han refutado además la objeción que, si bien la sociedad colonial producÃa para el mercado, las relaciones de producción de donde brotaba la mercancÃa habrÃan sido feudales. Por el contrario, “en las colonias españolas predominó la esclavitud en forma de salario bastardeado, siendo de menor importancia la esclavitud legal de los negros y el salario libre… el predominio de la esclavitud y el salario, a la vez que la poca importancia de la servidumbre -en el sentido histórico económico- nos confirma en la creencia de que el régimen colonial del trabajo se asemeja mucho más al capitalismo que al feudalismo†(29). Sebreli coincide también con estas caracterizaciones, contra las más difundidas de autores populistas como José MarÃa Rosa y Puiggros, y algunos liberales como Iriarte. “La sociedad colonial hispánica no fue feudal, como ya lo mostrara Sergio Bagú sino capitalista colonial con algunas manifestaciones de inspiración feudal y por lo tanto las clases sociales… no fueron castas impenetrables, y se operó un rápido proceso de transformación y mezcla†(30).
La identidad de España y América estuvo dada en que tanto una como otra sirvieron a la expansión del comercio a nivel mundial, y al fortalecimiento de la burguesÃa que levantarÃa la industria moderna: “Ambas fueron engranajes decisivos en la estructuración del moderno mercado mundial, en la difusión del intercambio mercantil por los cuatro confines de la tierra†(31).
CONCLUSIONES
En un libro de reciente edición, “Rodolfo Puiggrós/Retrato familiar de un intelectual militanteâ€, escrito por su hija Adriana Puiggrós (polÃtica, pedagoga, actual presidenta del partido Frente Grande), hay una reflexión que está en lÃnea con esto de revisar aquella concepción de una historia lineal que, a pesar de sus contradicciones, avanza progresivamente. En el epÃlogo hay una autorreflexión sobre el concepto de “progreso†en la historia del que estuvo imbuida la llamada generación del ’70, aquella que consideró como inevitable el fin del capitalismo y la llegada del socialismo, a través o al margen del peronismo. Lo que denomina en el libro “la creencia iluminista en el progreso como ley fundamentalâ€. Reflexiona en este sentido que “las inasibles contingencias pueden interceptar cualquier supuesto devenir históricoâ€. Menciona en este marco que hechos de profunda inhumanidad como el Holocausto hasta el asesinato de los adolescentes por reclamar el boleto escolar gratuito hacen que la noción de progreso pierda “su carácter natural y necesario, se colma de conflictos y encuentra su posibilidad redefinida como meta, vinculada al deseo y a la voluntad de integrar trozos del pasado con el presente y el futuroâ€.
Nunca creà en el progreso de la concepción Iluminista del siglo XVII, “el progreso lineal, fatalista, efectuado según un determinismo absoluto o una finalidad ineluctableâ€, como escribió Juan José Sebreli (32), pero hasta no hace mucho tiempo sà compartÃa el de Marx que a partir de la dialéctica de Hegel señalaba que el progreso de la historia no era armónico sino contradictorio, cada nuevo avance debe pagarse al precio de una renuncia, pero en fin, se avanzaba. La sÃntesis o superación (aufhebung) de la forma triádica dialéctica –tesis, antÃtesis y sÃntesis o superación-, la conciliación de los contrarios, es conocida como negación de la negación. Llevado a la historia, el progreso no es global, total, como lo planteaba el Iluminismo, sino por etapas, con logros parciales, pero logros al fin. Las barbaries entonces eran históricamente necesarias, progresivas, porque permitÃan un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, como la brutal y genocida colonización de América a la que nos referimos en este trabajo.
Hay crÃticas muy acertadas a la dialéctica que contiene ese tercer momento de la sÃntesis, base de la concepción de progreso por la cual la historia avanza de totalización en totalización, superándose y llegándose a nuevas sÃntesis. Una surge de la escuela de Frankfurt a través de Theodor Adorno y Max Horkheimer con su dialéctica negativa. José Pablo Feinmann (33) lo explica muy bien: “La propuesta de Adorno de una dialéctica negativa se proponer no detener el proceso dialéctico en una tercera instancia conciliatoria. ‘El todo es lo no verdadero’ apunta también a las aristas totalitarias de Hegel… Pero ese tercer momento de la dialéctica serÃa el de la totalidad-totalitaria. Además (y es aquà donde Adorno tiene su momento más eficaz) si la dialéctica recurre una y otra vez al concepto de superación (aufhebung) por el cual todo momento tiene su justificación en la cadena dialéctica, y todo momento se supera a sà mismo buscando una nueva sÃntesis que lo contiene, en tanto negado, pero que es el contenido de la nueva totalización dialéctica. Si la dialéctica —por decirlo claro— justifica todos sus momentos porque la historia se desarrolla de totalización en totalización, superándose y llegando a nuevas sÃntesis que, a su vez, se negarán para dar lugar (por la superación dialéctica, por la aufhebung que supera conservando) a nuevas formaciones dialécticas, el cuestionamiento de la Escuela de Frankfurt es: de qué es superación Auschwitz. ¿Podemos incluir a Auschwitz en el desarrollo de la racionalidad dialéctica? AhÃ, dirán Adorno y Horkheimer, hay una ruptura insuperable. No hay aufhebung para Auschwitzâ€.
Walter BenjamÃn, testigo y vÃctima de esa época dramática del nazismo (se suicidó cuando intentaba escapar de los nazis), concluye en cierta medida que el progreso capitalista necesariamente mata, con lo cual de qué sÃntesis o superación de puede hablar. Hay una reflexión de BenjamÃn, bella y terrible a la vez, que lo resume: “Existe una pintura de Klee que se llama Angelus Novus. Representa un ángel que pareciera querer alejarse del lugar en el que se mantiene inmóvil. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta, las alas desplegadas. Ese es el aspecto que necesariamente debe tener el ángel de la historia. Tiene el rostro vuelto hacia el pasado. Allà donde a nosotros se nos presenta una serie encadenada de acontecimientos, él no ve más que una sola y única catástrofe, que sin cesar amontona ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies. El quisiera tomarse un tiempo, despertar a los muertos y juntar a los vencidos. Pero desde el paraÃso llega el soplido de una tempestad que aprisiona sus alas, tan fuertemente que el ángel ya no puede volver a cerrarlas. La tempestad lo empuja sin parar hacia un porvenir al que da la espalda, mientras ante él se acumulan las ruinas hasta el cielo. Esa tempestad es lo que llamamos progresoâ€.
También Jean Paul Sartre en su tremenda “CrÃtica de la razón dialéctica†(tremenda por su extensión, profundidad y complejidad), define a la dialéctica como la praxis libre de los hombres, “la lógica de la libertadâ€, con lo cual en la historia no hay el sujeto sustancial que planteaba Hegel ni los obreros de Marx, sino que la historia no tiene una finalidad prefijada. La historia se hace, la hacen los hombres, y no tiene un objetivo preestablecido. Dice Sartre que “los hombres hacen la historia por sà mismos en un medio dada las condiciones†y se pregunta cómo entender que el hombre hace la historia si por otra parte la historia lo hace a él. Se responde: “Al parecer el marxismo idealista ha elegido la interpretación más fácil: el hombre, enteramente determinado por las circunstancias anteriores, es decir, en último termino, por las condiciones económicas, resulta un producto pasivo, una suma de reflejos condicionados. Pero este objeto inerte, al manifestarse en el campo social, en medio de otras inercias no menos condicionados, contribuye, a causa de la naturaleza recibida, a precipitar o a frenar el curso del mundo…En tal caso, no habrÃa ninguna diferencia entre el agente humano y la máquina (…) los hombres hacen la historia sobre la base de condiciones reales anteriores (…), pero son ellos los que la hacen, y no las condiciones anteriores, si no, serÃan los simples vehÃculos de unas fuerzas inhumanas que dirigirÃan a través de ellos el mundo social. Es cierto que estas condiciones existen y que son ellos, sólo ellos, los que pueden dar una dirección y una realidad material a los cambios que se preparan; pero el movimiento de la praxis humana las supera conservándolasâ€. Si no interpreto mal, si se considera a la historia con una dialéctica de progreso que contempla la sÃntesis o superación (aufhebung), es decir, que avanza en etapas y contradicciones pero con logros al fin, se constituirÃa lo real a priori, se caerÃa en el fatalismo que lo que ocurre asà tenÃa que ocurrir. A veces lo que ocurre tenÃa que ocurrir –en ese trabajo hemos marcado cómo muchas circunstancias se dieron para que la colonización americana fuera como finalmente fue-, pero incluso en estos casos, el ángel de la historia también puede tomar su revancha y “recomponer lo despedazadoâ€, parafraseando a BenjamÃn pero sin su fatalismo.
En ese marco, es posible mantener la esperanza que en el campo práctico de la historia, en el espacio-tiempo de la historia, los conquistadores americanos, los nazis del Holocausto y los generales argentinos del genocidio en la Argentina de la última dictadura, para poner unos ejemplos, terminen constituyendo retrocesos transitorios a un futuro colectivo donde primen la justicia y la igualdad. Sin esa ilusión no se podrÃa caminar, ni en polÃtica ni en la vida, como en cierta medida dijo Eduardo Galeano en relación a la utopÃa (“para qué sirve la utopÃa, sirve para caminarâ€). Adriana Puiggrós también termina expresando algo parecido: “(…) no resisto el deseo de volver a afirmar que la justicia social es posible. Que otros socialismos son posibles, claro que probablemente con la condición de decidirse a recuperar y transformar ciertos aspectos de la herencia y a generar formas inéditas de organización polÃticaâ€. (APP)
claudiogarcia@speedy.com.ar
NOTAS
(1) De acuerdo a la definición de Morgan sobre la clasificación de un orden preciso en la prehistoria de la humanidad -salvajismo, barbarie, civilización- que luego toma Federico Engels en su “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado
(2) Ver “América Latina†II. La época colonial. Richard Konetzke. Editorial Siglo XXI. 1971.
(3) Idem y “El asedio de la modernidadâ€, de Juan José Sebreli, Editorial Sudamericana.
(4) Ver pag. 15 del libro señalado de Richard Konetske.
(5) Ver “América Latina†I. Antigüas culturas precolombinas. Laurette Séjourne. Editorial Siglo XXI. 1971.
(6) Ver “Reyes y reinos de la mixtecaâ€, de Alfonso Caso. Editorial Fondo de Cultura Económica. 1977.
(7) Ver el libro señalado de Séjourne y CapÃtulo II de “Antes de Mayoâ€, de MilcÃades Peña, Ediciones Fichas, Buenos Aires. 1973.
(8) Ver pag. 13 del libro señalado de Konetske.
(9) Ver capÃtulo “La iglesia y las misiones†del libro señalado de Konetske, pag. 205.
(10) Ver capÃtulo I del libro indicado de MilcÃades Peña, “Antes de Mayoâ€.
(11) Ver “EconomÃa de la sociedad colonialâ€, de Sergio Bagú. Editorial El Ateneo. Buenos Aires.
(12) Ver “El asedio de la modernidad†de Sebreli, y “Tercer Mundo: mito burgués†del mismo autor, Editorial Siglo XX. 1975.
(13) “Futuros resultados de la dominación británica en la Indiaâ€, de Karl Marx. New York Daily Tribune. Nro. 4904 del 7 de enero de 1857. recopilado en “Sobre el colonialismoâ€, de Karl Marx y Friedrich Engels. Cuadernos de Pasado y Presente. 1973.
(14) CapÃtulo I de “Antes de Mayoâ€, de Peña.
(15) Idem. Pag. 39.
(16) “Carlos V y sus banquerosâ€, Ramón Carande. Madrid, 1863, citado por Peña en “Antes de Mayoâ€.
(17) Ver “Descubrimiento y Conquista de Américaâ€, de Diego Molinari. Editorial Eudeba. Pag. 57.
(18) Citado por Juan Berreyto en “Historia Social de España y de Hispanoaméricaâ€. Editorial Aguilar.
(19) Pag. 187 del libro indicado de Berreyto.
(20) Idem. Pag. 206.
(21) Ver “Historia Social y Económica de España y Américaâ€. Vicens Vives. Editorial Teides. Barcelona. Tomo II. Pag. 469.
(22) Idem. Pag. 469 y 470.
(23) Sergio Bagú. “Estructura Social de la Coloniaâ€. Editorial El Ateneo. 1952.
(24) Libro citado de Vives. Pag. 286.
(25) Libro citado de Carande.
(26) “La Epoca del Mercantilismo en Castillaâ€, José Larraz. Madrid 1945.
(27) Ver Cap. I del libro indicado de Peña.
(28) “Comercio y contrabando en el RÃo de La Plata y Chileâ€, de Sergio Villalobos. Editorial Eudeba.
(29) Ver libros citados de Bagú, y la referencia a este autor en “Método de Interpretación de la Historia Argentinaâ€, de Nahuel Moreno. Colección TeorÃa y CrÃtica. Ediciones Pluma. Buenos Aires. Pag. 15 y 16.
(30) “La saga de los Anchorenaâ€, de Juan José Sebreli. Editorial Sudamericana. 1985. Ver Cap. II.
(31) Ver libro citado de Peña. Cap I.
(32) “El asedio a la modernidadâ€, de Juan José Sebreli, Editorial Sudamericana.
(33) “La filosofÃa y el barro de la historiaâ€, de José Pablo Feinmann, Editorial Planeta.

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