Homenaje a Liliana Campazzo*: “Leer, escribir y no guardárselo, compartirloâ€/Por Graciela Lago**
No le gusta la palabra homenaje. Tampoco le hace mucha gracia esto de “los reconocimientosâ€, pero -un poco a su pesar- aquà estamos, fundamentalmente porque lo merece, por muchas razones.
No le gusta la palabra homenaje. Tampoco le hace mucha gracia esto de “los reconocimientosâ€, pero -un poco a su pesar- aquà estamos, fundamentalmente porque lo merece, por muchas razones.
Muchas razones que a gatas caben en una mujer, y probablemente tampoco en dos, haciéndole honor a aquel poema de Gelman: “Decir que esa mujer era dos mujeres es decir poquito / debÃa tener unas 12.397 mujeres en su mujer / era difÃcil saber con quién trataba uno en ese pueblo de mujeres…â€
Muchas razones que -de alguna manera- han sido “la razón†de su vida: leer, escribir y no guardárselo, COMPARTIRLO. Y subrayo la palabra “compartirlo†porque eso habla de su enorme generosidad.
Porque esto es Liliana: una lectora voraz e increÃblemente memoriosa. Se acuerda de todo; se puede acordar de los más mÃnimos detalles de una novela que leyó hace 10 años. Y lo comparte: nunca se va una o uno de su casa con las manos vacÃas. Siempre tiene a mano dos, tres o más libros para recomendar y prestar.
Y escribe. Cuando no lee, escribe, poemas clase B que guarda en frasquitos, que le vienen del aire, o de los viajes en su viejo FORD K y en cada uno de sus autos-casa-caracol; en el vidrio escribe los poemas del después que nos quedan para siempre, y a boca de pájaro, chispazo de pájaro los hace rodar.
Y con la escritura es como con la lectura, también la comparte, generosamente, coordinando talleres de escritura creativa y llevando sus poemarios por toda nuestra provincia, por la Patagonia, y más allá, mucho más allá, en paÃses como España, Cuba, México, Colombia, y otros.
Lo que no podemos dejar de mencionar es su participación en la Comisión Organizadora de esta querida Feria del Libro de Viedma de la que estamos inaugurando hoy su 10ª edición. Liliana está desde los comienzos, desde las primeras ferias aportando todo su conocimiento y experiencia.
Este reconocimiento es para Liliana Campazzo y todo ese pueblo de mujeres que la habitan: para la escritora –una de las grandes poetas de la Patagonia-para la lectora, la docente, la bibliotecaria, la pregonera de la literatura, para la prolÃfica madre, la amiga de fierro, para la niña que lleva adentro y a la que nunca le soltó la mano, y muy especialmente para la buena persona que es.
Lo que más conocemos de Liliana es su poesÃa. Pero también escribe cuentos. Hay uno en particular que me gusta mucho y que para cerrar este momento quisiera compartirlo con ustedes. Se llama:
“HabÃa una vez una nena que sabÃa lo que era el amor†de Liliana Campazzo).
Ese fue un verano muy lindo… decÃa la tÃa Dinora, mientras se comÃa otra rodaja de pan con queso y salame. SÃ, señor… un verano muy lindo.
El tÃo Pedro se habÃa mudado a las sierras cordobesas y como gesto de conciliación con mi abuelo, el Tata, invitó a toda la familia a visitarlo.
Por supuesto, mi mamá arregló para que yo fuera de la partida, un verano sin una niña que siempre querÃa algo, era un descanso.
La abuela decidió que yo viajarÃa en el asiento de adelante, entre ella y el abuelo “por si vomitabaâ€, cosa que sucedÃa en todos los viajes.
Toti y Diana, mis primas, pusieron cara de asco y se sentaron atrás, sus papás iban en el otro auto con su hermanito.
La ruta apareció enseguida y cargamos nafta muchas veces. En cada estación del Automóvil Club, nos hacÃan ir al baño y nos compraban Coca Cola. Se parecÃa a una fiesta el viaje: la Nona cantando tangos, el abuelo diciendo chistes, Toti y Diana con sus mejores muñecos en la falda, y yo sin la presión de mi mamá, todo parecÃa una fiesta.
Ese fue el primer viaje en auto de mi vida sin vomitar. TenÃa nueve años, anteojos nuevos, un reloj pulsera con un ratón Mickey y un pantaloncito rayado donde podÃa guardar de todo en sus bolsillos… y zapatillas blancas.
La llegada no la recuerdo, pero la cena de ese dÃa fue tan rara, a los chicos nos mandaron a la mesa de los chicos –como siempre- pero mi abuelo esta vez dijo que no, que los chicos y los grandes comÃamos juntos o si no se subÃa a la Mercury y se volvÃa a Buenos Aires. Asà que, nos sentaron a la mesa y con copas.
Mi idea de la fiesta se iba profundizando, todo era como en Navidad pero sin misa. Estaba realmente contenta.
Después de cenar, los grandes se sentaron en las reposeras y nosotros corrÃamos a los bichitos de luz. Les expliqué a mis primas que se llamaban luciérnagas , y que la fosforescencia de la parte de atrás…..
¡Callate, diccionario Peusser!- gritaron las dos bobas. ¡Qué se jodan , pensé, mejor si no saben nada, asà el abuelo habla más conmigo y me lee el diario…. ¡Qué se jodan!
Cuando fuimos a dormir el calor era insoportable. Todas las ventanas de la casa estaban abiertas, las cortinas blancas volaban como fantasmas, mis primas se reÃan mucho pero mi primito se acurrucó al lado de su hermana mayor, me pareció que tenÃa miedo. Yo no, yo ya sabÃa que los fantasmas no existen y que la tradición de los pueblos del interior habla de aparecidos y luces malas y otra vez el grito de mis primas: ¡Callate, diccionario Peusser!
Siempre me acuerdo de las noches en Villa del Dique, las luciérnagas más grandes del mundo vivÃan allÃ, los pinos rumorosos en la luz difusa de la luna… yo subida al árbol, pequeña luciérnaga entre las ramas, y abajo mi abuelo que se acercaba lentamente hasta la mecedora donde mi abuela se abanicaba. Desde arriba, pude ver cómo las manos de mi abuelo soltaron el rodete ceniza de ella, y luego lo vi agacharse y besarla en el cuello. La risa de mi abuela fue la risa de una joven.
Nunca olvidé esa imagen: mis abuelos, como si fueran novios, y ahora creo que eso era el amor: mi abuela riendo como una chica de quince y mi abuelo desatándole las trenzas del rodete gris.
*Liliana Campazzo fue reconocida como escritora en la 10° Feria Municipal del Libro de Viedma
**Escritora, docente y psicopedagoga

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