Las tierras altas de Somuncurá: La laguna Azul, el Corona y el Puntudo/Por Jorge Castañeda
AllÃ, en las alturas de la meseta de Somuncurá, están ellos.
AllÃ, en las alturas de la meseta de Somuncurá, están ellos.
Al decir del poeta Francisco Chacho Rossi: “Están en el principio, como estaba
el aire por el que uno iba y que después y siempre se volvÃa lejanÃas de parva
y polvareda, o como estaba el otro aire, grande y hecho cielo lleno solo de
sol, circunvalado por los cuatro horizontes que eran uno. Estaban por la misma
razón por la que estaba el fuego en los fogones, el olor a tierra húmeda en el
trueno, el esplendor de la hora en la puesta. Si mirabas la lluvia venir
atropellando montes, los veÃas. Si pensabas en el viento, los pensabas. Era un
elemento más entre otros elementos, otra fuerza entre todas las fuerzas
naturales. En el principio de todos los principios, en el principio aquel que
fue la infancia no creÃas que hubiera tierra que no fuera campo ni otros que no
fueran ellos: los hombres de a caballoâ€.
Los hombres de caballo que habitan los horizontes azules de la meseta de Somuncurá. Como Teófilo Pazos, como tantos otros que trajinan y que han trajinado por más de trece mil años los misterios de ese maravilloso “horizonte en movimiento†que llaman la mesada que está arriba, donde el aire es más puro y el silencio rige y el viento habla por las piedras pitonisas.
Somuncurá, como dicen los naturalistas, es “una isla en tierra firmeâ€, un “llamado de claves ancestrales en acechoâ€, un lugar donde al decir de Edgar Morisoli se asientan “Pueblos de adobe salitroso/ junto a la sombra de los chenques/ esquiladores y choiqueros/ pirquineros de mala muerte/ muchachita de los quinchos/ allá por Arroyo Verde/ ¿quién te corteja sino el viento/ por los chilares del poniente?/ TenÃas ojos de chulenga/ y un asombro de miel silvestreâ€.
Las tierras altas de Somuncurá llenas contrastes sorprendentes: “meseta de superficie rocosa, agrietada, donde en cada grieta echan raÃces plantas, peñascos de basaltos, cerros volcánicos y arroyos que nacen de manantiales y dan origen a pintorescos vallecitosâ€.
Tierra poca de pequeños crianceros, de corrales de pirca –hilachas del monte al viento y al sol- al decir de Tatano Lucero, de pequeñas majadas de ovejas, de la chivada entre los pedreros, donde Morisoli recuerda “un toro herido bramando y en su balido ardÃan las entrañas del cielo. Tres lazos lo amarraban contra la tierra oscura y un cuajaron de sombra le iba trepando el duelo. Don Andrés HuircaÃn lo degollaba casi piadosamente, y asperjaba esa tierra nevadora y doliente con la caliente sangre que manabaâ€.
AllÃ, en las tierras latas de Somuncurá, la laguna Azul riela sus aguas con las rachas de viento arisco que baja de los cañadones. La Azul está colmada de leyendas y de mitos, cosas de la vieja raza, de panteones caÃdos, de creencias ancestrales. La Azul embruja con su belleza, atrae los ojos del forastero y abre sus arcanos “para el que sabe verâ€; para el que sabe leer en el agua los misterios insondables de la naturaleza.
A un extremo de la laguna el cerro Corona, máxima altura de Somuncurá, viejo centinela de la estepa, otero sobre el páramo de basaltos y de coirón.
Al otro extremo de la Azul, en razones de cercana vecindad, el promontorio singular del “Puntudoâ€, enviando mensajes por el aire de tiempos pretéritos, dolientes plegarias cuando lo habitan “los hombres de caballo†de Chacho Rossi.
Las tierras altas de Somuncurá, la laguna Azul, los cerros Corona y el Puntudo, durmiendo a la intemperie de un tiempo mejor sus sueños que vienen de lejos.

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